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Reloj de arena

Remedios Amaya: La barca más gitana

En Eurovisión hizo de necesidad virtud y convirtió un sonoro fracaso en un éxito de conocimiento

La foto de este primer plano de Remedios Amaya, en pleno esplendor de su juventud y carrera, es de Maxi Moreno, que la tomó para regalársela a Ricardo Pachón, admirador de la Camarona y de su arte Maxi Moreno

Félix Machuca

Aquellos ojos negros, profundos, con un brillar de estrellas, eran capaces de ver y sentir más allá de la galaxia de lo cotidiano, convirtiéndola en una especie de sibila de los sentimientos más puros y ocultos. Veía lo que cantaba. Y cantaba para ver más ... jondo que nadie. Me cuenta el Doctor Keli que cuando leyó la letra que Currito, el de Navajita Plateá, le había escrito a Luis de la Pica, se echó a llorar, en una especie de vendaval de emociones que se repitió cuando grabó el tema para el disco «Sonsonete». En Los Gallos se dejó descubrir por la voz de su genio y por las hechuras bonitas y lozanas de su juventud. Para que pronto la bautizaran como la Camarona. Una química especial y única, elaborada por talentos con formularios egipcios, los unía. Y en el bautizo del hijo del que nos develó la leyenda del tiempo, cantaron hasta arañarse las gargantas, en una celebración que debió dar la vuelta al mundo y ser narrada por Pigaffeta. Remedios Amaya frecuentó el museo de los colores y la vida para descubrir en el flamenco su Venus de bronce ante el espejo de la existencia. Que fue valiente, sin líneas rojas, invitándola su osadía a cruzar cualquier frontera. En el amor gastó el pasaporte de su bravura, escribiendo noches de blanco satén y otras de balcones desesperados. Dicen que en Marbella se echó un novio que le llamaban Pepe Nieve, que gastaba una pipa de plata con la que llenó de espanto al bueno de Manolo Molina en una noche en Resitur. Al parecer, la amistad casi angelical que Remedios y el Manué se profesaban, al tal Nieve se lo contaron los celos revueltos de sus meninges. Y fue a despertarlo con el susto de plata en la mano.

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