Reloj de arena
Remedios Amaya: La barca más gitana
En Eurovisión hizo de necesidad virtud y convirtió un sonoro fracaso en un éxito de conocimiento
Félix Machuca
Aquellos ojos negros, profundos, con un brillar de estrellas, eran capaces de ver y sentir más allá de la galaxia de lo cotidiano, convirtiéndola en una especie de sibila de los sentimientos más puros y ocultos. Veía lo que cantaba. Y cantaba para ver más ... jondo que nadie. Me cuenta el Doctor Keli que cuando leyó la letra que Currito, el de Navajita Plateá, le había escrito a Luis de la Pica, se echó a llorar, en una especie de vendaval de emociones que se repitió cuando grabó el tema para el disco «Sonsonete». En Los Gallos se dejó descubrir por la voz de su genio y por las hechuras bonitas y lozanas de su juventud. Para que pronto la bautizaran como la Camarona. Una química especial y única, elaborada por talentos con formularios egipcios, los unía. Y en el bautizo del hijo del que nos develó la leyenda del tiempo, cantaron hasta arañarse las gargantas, en una celebración que debió dar la vuelta al mundo y ser narrada por Pigaffeta. Remedios Amaya frecuentó el museo de los colores y la vida para descubrir en el flamenco su Venus de bronce ante el espejo de la existencia. Que fue valiente, sin líneas rojas, invitándola su osadía a cruzar cualquier frontera. En el amor gastó el pasaporte de su bravura, escribiendo noches de blanco satén y otras de balcones desesperados. Dicen que en Marbella se echó un novio que le llamaban Pepe Nieve, que gastaba una pipa de plata con la que llenó de espanto al bueno de Manolo Molina en una noche en Resitur. Al parecer, la amistad casi angelical que Remedios y el Manué se profesaban, al tal Nieve se lo contaron los celos revueltos de sus meninges. Y fue a despertarlo con el susto de plata en la mano.
«Siempre estuvo orgullosa de haber representado a España en Eurovisión. No consiguió ningún voto. Los amigos, en broma, la llamaban “cero points”»
Algo tenía aquella mujer, entre diosa de los calorros y labios tan rojos como la granada, para que muchas madres la vieran como una diosa del Nilo. Cuando actuaba en alguna reunión gitana, las madres le llevaban a los churumbeles para que le impusiera sus manos. Quizás esperaban que así les transmitiera el milagro de su arte. O la gracia de su persona. Por aquellos años 60 y 80, dos voces sonaban en la noche sevillana, que helaban los jierros de las cancelas. Una la miel africana de la Lole. La otra, el zarpazo en el alma de la pantera gitana. Cuentan que, tras una actuación en el Lope de Vega, le preguntaron a la Lole qué le había parecido Remedios Amaya. Al parecer respondió: tiene los pies muy grandes… Remedios acostumbraba a actuar descalza como si fuera la Sandy Show del flamenco. Aquellos pies grandes le dieron alas para transitar por el complicado mundo del arte. Y ella, que nunca fue mucho de cantar en teatrales escenografías, se montó en la barca que le manejaba Eurovisión para hacer de la necesidad virtud y convertir un sonoro fracaso en un éxito de conocimiento. Sumó, junto con la representación turca, cero votos. Y cuando su gente le quería dar cuero con la guasa de la puntuación, no la llamaban Remedios, sino que le decían «cero points»… Solía tomárselo con magnífico humor. Por cierto, aquella barca, muy marinera para navegar por las aguas comerciales de un concurso televisivo, escrita por los hermanos Évora, encalló sin que nadie supiese muy bien las razones. Porque cumplía todo lo que se le pedía a un tema para ir a Eurovisión. Misterios por resolver…
«Su discografía es escasa para ser una de las voces más valoradas de su tiempo. Siempre fue más de cantar en fiestas privadas que en festivales»
Seis discos tiene su carrera. Muy pocos para ser una de las cantaoras más hechas de finales del siglo pasado. Pero se prodigó entre los cuartos de cabales y fiestas privadas. Donde gozaba con el flamenco festero y le ganaba al tajo lo que ella entregaba con el trabajo de su garganta. Con Dieguito Carrasco y Moraito de Jerez firmaron en «Los cascabeles» una juerga de pronóstico reservado, con heridas sublimes en el alma de varias trayectorias. Es imposible que reuniendo tanta hierbabuena salga un puchero malaje. El productor Ricardo Pachón la conoció en los Gallos, donde también bailaba una buena amiga suya, Maite Pulpón, la que fuera mujer de Antonio Pulpón. Y rememora con gusto su primer disco, escrito por el pulso lírico y exquisito de un poeta de la calle como Juan Manuel Flores y arreglos de Gualberto. Pachón la recuerda como la nieta de la Hipólita, allá en la plaza alta de Badajoz, hija del Indio y sobrina de unos Amaya que cantaban divinamente por tangos. En uno de los muchos viajes compartidos que hizo Pachón en su furgoneta con Remedios, recuerda una fiesta donde un norteamericano no le cantó por tangos. Pero animado por el güisqui de Kentucky le cantó toda su vida. Remedios, Las Peligros y Diego Carrasco actuaban en una fiesta privada en un cortijo espectacular en Illora, Granada. Fueron a recogerlos a la plaza del pueblo unos tipos como armarios que los condujo hasta el sitio. Mientras Remedio cantaba y Las Peligros le hacían coros como se lo hicieron a Camarón en la Leyenda del Tiempo, el americano se sinceró con Pachón para dejarlo más frío que las rocas que flotaban en su güisqui: yo me dedico a desestabilizar gobiernos… Remedios quiso manejar su barca más gitana y aquella tarde, el destino la llevó a cantar a casa de uno que vacilaba de zozobrar el mundo…
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