RELOJ DE ARENA
Miguel Postigo Palacio: el clavel reventón
Lola sabía quiénes eran sus fans más leales, los anotaba en una cabeza que tenía memoria para dos historias del mundo
Alberto Gallardo Aguilar: ¡Ole los que huelen a canela y clavo!
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Iniciar sesiónA aquella Lola del Cerro del Águila , que quiso ser bailaó flamenco y clásico español, el destino lo convirtió no en lo que sus sueños anhelaban, pero sí en uno de los transformistas más valorados de su profesión. Paseó sus dotes artísticas ... e interpretativas por media España , especialmente la zona de Levante y el noreste, sin desdeñar las salas de fiestas vascas. Dejando en todas ellas la sal y el son de su duende interpretando a Lola Flores. La Lola de 'Torbellino de colores' y 'A tu vera' . Nunca fue una sorpresa que Miguel Postigo , sobre el escenario, abriera sus actuaciones tirando de Pemán y de lo que le escribió a la Faraona: «Pemán ha dicho de mí: Torbellino de colores, no hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor, que se mueve Lola Flores ». Y Miguel, con aquella voz de carnero en celo, con la complexión física de repartidor de butano y más espaldas que una sección de cabos gastadores, empezaba a exhibir sus dotes mímicas y a deslumbrar a su público con las cuatro horas que se había llevado en el camerino para ajustarse, a base de cremas y maquillajes, pelucas y volantes, al personaje al que daba vida y por el que daba su vida entera. Más lolista que Caracol , no había detalle, gesto y clave interpretativa que se le escapara. Carmen Sevilla la vio en el Califa de Pepe Camacho y no pudo contenerse. Se puso en pie, se echó las manos a la cabeza como diciendo qué cosa más grande, Dios mío, y le estampó dos besos que todavía brillan en el rostro de Lola Clavel . De esta situación fue testigo directo Salao el modisto, que acompañaba a una de las mujeres más bonitas que dio Sevilla al mundo.
En Sevilla fue asiduo del Califa, donde la emperaora era la Esmeralda que, por jerarquía, lideraba aquella troupe de artistas de la noche picante y transgresora de los ochenta y noventa . Tras la Esmeralda se repartían sus minutos de gloria la Soraya de Triana , Koki Blú , Candela 93, Las Súgar (que imitaban a Azúcar Moreno), Lola Clavel (que era la viva estampa de Lola Flores) y Maribel de Triana . Noches cañí y de vaso largo para llenar las horas cortas de la felicidad. Paco Palacios El Pali era un adicto a estos espectáculos y un seguidor sin fisuras de Lola Clavel. Se sentaba en el Califa, se tiraba al suelo con los chistes que contaba Lola y su manera de decirlos y solo le retiraba la atención el tiempo justo de pedirle al camarero: «Niño, otro yintoni…»
Porque Lola no era solo una aspirante para clonar al personaje en su físico y en sus gestos. Lola Clavel llevaba al personaje a sus órbitas más extremas para hacerle el hueco en sus actuaciones, a la gracieta, al humor y al golpe contundente del medido histrionismo. Sobrada de recursos, Lola Clavel sorprendía con cierta frecuencia a sus seguidores, interrumpiendo su tono cómico para ponerse seria y articular un speech sobre algo que fuera de actualidad en el momento. Y tiraba a dar. Sin ser socio del Tiro Pichón su punto de vista gozaba de muy buena puntería…
Muchas veces los balines de su ingenio acertaban con el público más novato, con el público que no la conocía. Lola sí sabía quiénes eran sus fans más leales , los anotaba en una cabeza que tenía memoria para dos historias del mundo. Por eso casi nunca se equivocaba y cuando veía una víctima propiciatoria entre el público, se le acercaba suavizando la voz de tinaja que tenía, convirtiéndose en el Platero de Juan Ramón, tan suave como si fuera algodón o imitaba a la geisha de Madame Buterfly. Y, entonces, cuando más confiado estaba el neófito, abría la manguera de su voz artillera y el nota daba saltos en la silla con el corazón asomándose a la garganta . Durante el tiempo que duraba la parafernalia del montaje de la situación, en la sala se podían ver codazos de complicidad entre los veteranos, que se avisaban así de lo que pronto iba a pasar. Pese al colmillo retorcido de la noche, todos ellos también fueron alguna vez un incauto espectador sorprendido por la voz de Zeus tronante de Lola Clavel.
Su profesionalidad delimitaba perfectamente los espacios en los que era Lola Clavel y Miguel Postigo Palacio. Eso siempre lo tuvo clarísimo. El Clavel de su apellido artístico reventaba en las salas de fiestas, en las giras por España o en reuniones privadas de amigos. Fuera de ese territorio era Miguel Postigo, sin concesiones al exhibicionismo ni al divismo amanerado, tan cabal y serio como algunos de aquellos speech que rompían la noche con sus llamadas a la conciencia social, política o familiar. Hoy queda de Lola Clavel la memoria imborrable de unas noches vividas, cantadas y gozadas que la convirtieron en una de las más valoradas transformistas de la época. Octogenario, vive con su hermana en la Plaza Los Carros, enchufado a la televisión y con reparos para salir a la calle, quizás porque los pies ya no le llevan hasta donde le gustaría o, quizás, porque el clavel ya no encuentra un ojal de su gusto. Ha renunciado al móvil porque dice que solo lo llaman los vendedores de otras líneas, mientras se empeña en decir que no lo descuelga si no sale el nombre de quien lo llama que, seguramente, no lo tiene en su lista de registrados. El tiempo pasa con urgencia. Incluso para los que alguna vez pudieron creerse su dueño…
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