Reloj de arena
Carlos Cadaval Pérez: El rubio cantaba boleros
Entendió lo de tocar la guitarra y cantar boleros como una forma de expresarle a su madre el cariño que le tenía
Félix Machuca
Con muy pocos años, cuatro o cinco, se agarró a la cola del burro del aguaó de Sanlúcar de Barrameda, donde veraneaba la familia, para darle un disgusto inolvidable. El niño se había perdido, nadie sabía dónde estaba y qué pudiera haberle pasado, dos horas ... con el engollipao en la garganta, para finalmente aparecer la mar de contento después de haber dado por finalizado su tour turístico agarrado a la cola del jumento. Ese episodio refleja parte de lo que sería su carácter futuro, independiente y a su aire, sorpresivo y sorprendente. Tanto que su hermano Juan lo califica como el rey del «queo», el hombre que, antes de que se pusiera de moda la rima fácil con el cinco y la chirimoya, alcanzó la gloria de la lírica popular con sus premios. Que se lo pregunten, si no, a un general de la Guardia Civil que tomó posesión de su cargo en Sevilla hace muchos años. Iba Carlitos Cadaval con Juan Pérez Garramiola en el landrover por la raya del Rocío. Una reunión enorme estaba cantando y disfrutando de la pará. Los invitaron y les presentaron al general. Cuando el alto mando de la benemérita se despidió para atender otros compromisos, Carlos salió corriendo tras él para despedirse como solo sabía despedirse cuando estaba agradable… Le estrechó la mano, le expresó su alegría por conocerle y le pidió, con el rostro adobado de pena, que por favor dejaran ya tranquilo al Lara. El general se extrañó. ¿El Lara? ¿Quién es el Lara?, le preguntó. Y ahí Carlitos entró con todo lo que tenía de poeta popular de premios redondos: el que te dio con el mandao en la cara… Al general hubo que aplicarle oxígeno por culpa del ataque de risa.
Lo más curioso del caso es que el premio se hizo famoso en el Cuerpo, al menos en Sevilla. Y mucho tiempo después, con motivo de una actuación de César y Jorge en la Antilla, en una rotonda mandó alto la Guardia Civil. Al reconocerlos, les pidieron autógrafos y departieron con los beneméritos con buen rollo. Tan buen rollo pillaron que, al despedirse, uno de los verdes les dijo: «dale recuerdos al Lara»… Hasta la Antilla llegaron doblados de risa en el coche Jorge y César. Carlitos daba «queos» repartiendo premios con rima y regalaba lo mejor de su corazón para causas benéficas. Todos los años organizaba una por su cuenta y riesgo. Y tiraba de la famosa banda local de la beneficencia y actos solidarios para los niños síndrome de Down, para los niños con enfermedades crueles, para ayudar al geriátrico de turno. Y allí estaban los Soto, Los Morancos, los Albahacas, los Siempre así. En cierta ocasión fue a Gerena a dar un concierto benéfico. Y la gente se empeñó en que Carlos era Jorge. Y Carlos firmaba autógrafos con su nombre, Carlos Cadaval. La gente se reía celebrando su sentido del humor pero convencida de que Carlos era Jorge. Así hasta que actuaron en el escenario Carlos y su hermana Maite y, al despedirse, volvió a repetirse la querencia del público. «Buenas noches, soy Carlos Cadaval Pérez», dijo nuestro personaje. Y la gente, teatro hasta la misma bola, rompió otra vez en risas. Creían que Carlos seguía con la broma. El equívoco alcanzó tales dimensiones que tuvo que ser César el que saliera a resolverlo. Y no lo consiguió. La gente de Gerena entendió aquel día que Carlos era Jorge y sansacabó.
La cara oculta de Carlos era su sentimentalidad. Fue soldado de todas las causas. Se llevó las horas muertas y los consejos musicales de Pepe Vela, su compadre, para aprender a tocar la guitarra y tratar cordialmente el traste y las notas. Y comenzó a cantar boleros. María, su madre, en las fiestas de agosto en Rotamar, solía abrocharla con el diamante delicado de su voz, cantando por Manzanero y por Machín. Carlitos aprendió a cantar boleros para decirle a su madre lo que la amaba, lo que la adoraba. «Adoro las cosas que me dices/nuestros ratos felices/los adoro, vida mía». Fue la mejor forma de hacerse perdonar el susto que le dio tantos años atrás cuando se perdió por Sanlúcar cogido de la cola del burro del aguaó. El rubio cantaba boleros en su bar, el Pijipi del mercado del Arenal. Sin olvidarse de sus queos y de sus sustos. Como aquel que le pegó un infante de Marina que recogió haciendo auto stop en Sanlúcar la Mayor con su cuñado, el hermano de su esposa Adeli. Resultó que pasaron por la famosa curva de la aparición fantasmagórica de la niña. En ese momento, Carlitos miró hacia atrás y no vio al infante de Marina que acababan de recoger. Se lo comentó a su cuñado. Y el hermano de Adeli tampoco lo vio. Jindama de cuarto milenio. Pararon el coche y salieron corriendo mientras que el milico se desgañitaba preguntando que a dónde iban… Se había quedado dormido en la parte de atrás y no lo pudieron ver. Carlitos se nos fue hace tres años en agosto con demasiada prisa. Seguramente para entregarle a su madre las dos gardenias más lozanas del repertorio de aquel rubio que cantaba boleros…
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