Reloj de arena...
José María Pérez Orozco: Un Séneca en Valencina
Fue amigo del botellín, de las tabernas y de las ricas hierbas y vestía como si acabara de pasear por el campo con sus perros

Guardaba su cabeza con una gorrilla campera que le dio sombra a su nombre para que brillara como apodo. José María Pérez Orozco «El Gorrilla» fue catedrático de Lengua y Literatura, conductor televisivo y un defensor valiente y arrojado del habla andaluza. Tenía ... tan malos dientes como buena cabeza. Y ni la prisa, el agobio, la urgencia y el estrés doblaron jamás el pulso de su serena visión de la vida. Era feliz en un velador rodeado de amigos dándole jarilla a un buen tema de conversación. La televisión, con programas hechos con su hermano Alfonso Eduardo y Alfonso Arteseros , lo sacaron de sus tertulias y de Valencina de la Concepción. Para llevarlo en Nueva York hasta la casa de Bianca Jagger , a la que le cantiñeó flamenco; a la de Carolina Herrera , donde alabó las «jechuras» de varias modelos que pasaron delante suya como Eva al desnudo recitándole letras flamencas; y a la del siquiatra Luis Rojas Marcos , al que un cable pelao del equipo de televisión dejó sin luz el apartamento. A mitad de camino entre el senequismo rural y la humildad franciscana, José María Pérez Orozco, rechazó un ofrecimiento del mismísimo Felipe González (dicen) para que dirigiera el Ministerio de Educación. «No soy hombre de despachos», fue al parecer su respuesta...
Sus respuestas más contundentes y sabias las tuvo siempre para los que atacaron la forma de hablar de los andaluces. Para El Gorrilla, el andaluz ni es idioma ni es dialecto. Es un conjunto de hablas en un laboratorio en continua ebullición. A unos periodistas vascos, en Casa Lucio en Madrid, les estrelló los huevos de su sabiduría en bocas tan sucias para cortar la infecta descortesía de los tipos cada vez que José María hablaba. Se burlaban de su acento. En esa comida estaba también su hermano, Alfonso Eduardo , junto con Joaquín Prats y su equipo televisivo. El Gorrilla se presentó y les dijo a los gudaris del RH del habla que era catedrático de Lengua, había hecho su tesis sobre «Las hablas andaluzas» y que solo su descortesía era mayor que su ignorancia. Y les aclaró que el «manque» del salmo verdiblanco que define el espíritu de los béticos no era un vulgarismo, sino un arcaísmo que ya usaba en su tiempo el arcipreste de Hita. Esa defensa ardorosa de la lengua le valió que un directivo bético, presente en Casa Lucio y atento a la conversación, le regalara la insignia de oro del club que su padre le colocó en la canastilla al nacer. El Gorrilla, en agradecimiento, le escribió cinco folios sobre la génesis filológica del «manque» que, el directivo, Luis Barón , llevó al club para que lo enmarcaran y lo colgaran de una de sus salas.
No tuvo mejor suerte con dos técnicos de la Diputación cuando el productor Manolo Salado lo llevó para que le pusiera la voz al texto de un audiovisual turístico que había escrito la mujer del torero/pintor John Fulton . La rancia etiqueta nunca fue lo suyo. Vestía con la misma humildad con la que se desenvolvía. Entró en el estudio de grabación con las botas salpicadas por el barro y un trócolo en sus labios. Los dos funcionarios, corbatas, traje y zapatos como espejos, se miraron y se echaron las manos a la cabeza. Demasiado ruralismo para darle voz a un texto publicitario. Le pidieron que apagara el porro y que abandonara la sala. Manolo Salado , por entonces miembro de Jarcha, rogó que se dieran la oportunidad de escucharlo. Lo hicieron. Y con mucho respeto, el Séneca de Valencina, fue corrigiendo, primero algunos desajustes del texto de la norteamericana sobre edificios legendarios locales. Después leyó el texto y los dos técnicos se quedaron con la boca abierta. Lo felicitaron, le dijeron que era un placer que trabajara con ellos y El Gorrilla le comentó desde la humildad de su soberbia: ¿Me puedo ya fumar el porro…?
Su senequismo no era estupefaciente. Iba en su forma de ver el mundo. Amaba el campo, era un libro de botánica y un devoto de las tabernas del Bobito, La Peña Bética y El Pescaíto . En las aulas con veladores mojadas por la sabiduría del mosto, daba sus lecciones magistrales en las tertulias con los cabales de su ronda. Es posible que, sin proponérselo, allí mandara su carisma. Pero en su casa, en aquella casita de Valencina, mandaba quien tenía que mandar: «Chiqui, mi mujer; la amiga de mi mujer; los perros y, después, el recluta Perola». Tenía tan clara la jerarquía doméstica que si proponía un sitio para ir y su mujer le decía que había pensado en otro distinto, José María respondía con absoluta obediencia marcial: «ese es el sitio que yo quería decir…» Se nos fue hace cuatro años librándose de la estulticia de los que aún ven en nuestra habla un jirón de retraso y no un encaje de riqueza incalculable donde un sí rotundo se dice no ni ná…
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