HISTORIA
El secreto que guarda el rubí español de la corona imperial británica
El Príncipe Negro pesa 170 quilates y está envuelto en misterio y leyenda a partes iguales
Pedro el Cruel se lo entregó al príncipe de Gales en pago por su ayudaen la guerra civil castellana
Enrique V lo llevaba engastado en su yelmo en la batalla de Azincourt y Cromwell ordenó subastarlo
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Iniciar sesiónDonde acaba la historia, comienza la leyenda. También con las piedras preciosas engastadas en la corona imperial del Estado depositada, en señal de respeto, sobre el féretro de la Reina Isabel II del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. En ... especial, con el más valioso, reconocible y deslumbrante rubí, cuya existencia está datada desde el último tercio del siglo XIV. Antes de eso, la bruma de las conjeturas históricas.
El rubí en cuestión, de 170 quilates, tiene hasta un sonoro nombre histórico: el Príncipe Negro, por el príncipe de Gales al que Pedro I el Cruelo el Justiciero (según se mire), el más 'sevillano' de los monarcas españoles, se lo regaló. Se sabe que esa graciosa donación sucedió tras la batalla de Nájera en la que los arqueros británicos de Eduardo Plantagenet destrozaron la caballería de Enrique de Trastámara y el francés Beltrán de Duguesclin, el de 'ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor' con que le dio la vuelta al trono de Castilla en la guerra civil que libraban los hijos de Alfonso XI.
La gema es espectacular en todas sus cualidades: color, tamaño, pureza, pulido que no cortado… Rubíes (rojos) y zafiros (azules) no son más que variedades del mineral corindón, el segundo elemento más duro de la naturaleza sólo por detrás del diamante. También en la soberbia corona británica, el Príncipe Negro sólo cedió su protagonismo indiscutible al diamante Cullinan II, un deslumbrante brillante de 317 quilates tallado a partir de la Estrella del Sur que los colonos afrikaners en Suráfrica regalaron al monarca Eduardo VII (tatarabuelo del actual monarca) tras alcanzarse la paz en la Segunda Guerra Anglo-Bóer.
Pero volvamos a nuestra piedra preciosa, de procedencia española… hasta cierto punto. Pedro de Castilla se lo regaló al Príncipe Negro, de eso no hay duda porque lo acreditan las crónicas. Pero los especialistas no logran ponerse de acuerdo en otros detalles relevantes: por qué exactamente se lo obsequió, cuándo fue la entrega y, sobre todo, de dónde lo había tomado el monarca castellano.
La procedencia de la piedra preciosa está envuelta en las brumas de la leyenda sin que la historia confirmada logre abrirse paso. Dos hipótesis contribuyen a engrandecer el misterio en torno a la pieza. La primera, muy fantasiosa a decir de los especialistas, pasa precisamente por Sevilla, donde el rey castellano se habría hecho con la joya tras mandar ajusticiar al rey musulmán Mohamed VI, Abu Said de nombre y Bermejo de apodo, usurpador del trono de Granada tras conspirar contra el hermanastro de su cuñado.
Es cierto que Don Pedro mandó arrestar a Mohamed VI y a toda su embajada durante la cena de cortesía con que los convidó en el Alcázar. Y que lo encerró por tres días en las Atarazanas hasta que lo visitó de escarlata y lo paseó sobre un borrico por las calles de la ciudad para escarnio público y befa general. Alanceado por los caballeros cristianos, Pedro I enviaba una señal a los partidarios de su propio hermano Enrique de Trastámara para general escarmiento de quienes favorecían al usurpador de su corona.
Una hipótesis deduce que Pedro I se la arrebató al rey nazarí conocido como el Bermejo en una cena encerrona en el Alcázar de Sevilla
Dicen las crónicas que el soberano nazarí «fue catado aparte si tenía algunas joyas consigo e fallarónle tres piedras balaxes muy nobles e muy grandes, tan grande una como un huevo de paloma, e otras doblas e joyas, e todas las ovo el Rey». La clave está en el plural de balaje, escrita con x como era costumbre en el castellano antiguo para transcribir el fonema velar oclusivo sordo.
El diccionario de la RAE define el balaje como un rubí de color morado, lo que no es el caso. En realidad, el Príncipe Negro ni siquiera es un rubí, sino una espinela, una piedra preciosa de color rojo brillante muy parecida al rubí pero que se diferencia de éste por la combinación de alúmina y magnesia en su composición química. Si en la Edad Media se diferenciaban los balajes y los rubíes, ¿cómo es que en el inventario del príncipe de Gales no aparecía esta distinción?
La otra hipótesis sobre el origen de la espinela de la corona británica pasa por la villa riojana de Nájera y el monasterio de Santa María la Real, lugar de enterramiento de los reyes de Navarra. Sitúa la espinela engastada en la cruz de Sancho Abarca, una rutilante pieza de orfebrería adornada con las mejores gemas, que se custodiaba en el monasterio desde su donación por el bisnieto de quien le da nombre, García el de Nájera. En apoyo de esta conjetura vendrían las descripciones en códices medievales vigilano y emilianense.
La otra conjetura sospecha que la gema estaba engastada en la cruz de Sancho Abarca del monasterio de Santa María la Real en Nájera
Sea cual sea el secreto legendario que la piedra preciosa se resiste en revelarnos, la espinela del Príncipe Negro pasó al ajuar de Eduardo Woodstock, el príncipe de Gales al que se la regaló Don Pedro el Cruel. Y la lució con indisimulado orgullo en su corona, según parece deducirse de un antiguo grabado reproducción de un retrato anterior.
Los monarcas ingleses -y luego británicos- estimaron en mucho la gema. El Príncipe Negro nunca llegó a reinar, pero el legado de su hijo, el rey Ricardo II, incluía la joya. Se supone que pasó a manos de su primo Enrique IV, de la casa de los Lancaster, cuando éste se apoderó del trono y del tesoro.
Su hijo, Enrique V, hizo engastar la espinela en el yelmo con el que combatió en la batalla de Azincourt, la más renombrada victoria británica en suelo francés, acaecida en 1415 dentro de la sucesión de intermitentes conflictos de la Guerra de los Cien Años. No fue el único campo de batalla en el que estuvo presente la gema, pues está documentada en la corona del shakesperianoRicardo III en la batalla de Bosworth que puso fin a la Guerra de las Dos Rosas, a la casa de York (rosa blanca) y a la dinastía Plantagenet, sustituida por los Tudor a partir de Enrique VII.
El último vaivén al que se vio sometida la joya sucedió durante la revolución de los Ironside de Cromwell. Erigido en Lord Protector tras deponer y decapitar al monarca Carlos I, dio la orden de subastar en agosto de 1649 la espinela pero se valoró de forma ridícula en cuatro libras, presumiblemente para que algún allegado de la causa monárquica pudiera quedarse con ella. De hecho, Carlos II la exhibió en la ceremonia de su coronación con la que se restauraba la monarquía británica en 1661.
Diez años después, fue objeto de un rocambolesco intento de robo nunca aclarado del todo y a partir de ahí se guarda en la Torre de Londres con el resto del tesoro real. En 1838, se engastó en la 'State Imperial Crown' con que se coronó a la Reina Victoria.
Pero el peso y la incomodidad de la presea han hecho que los soberanos usen la corona de San Eduardo reservando la corona del Estado Imperial para ocasiones puntuales. La Reina Isabel II solía usarla en la apertura del Parlamento y, en señal de respeto, reposa ahora sobre su ataúd.
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