entrevista
«Soy oncólogo pero pensé en quitarme la vida cuando me diagnosticaron un cáncer. Y hoy he pasado de la profesionalitis al profesionalismo»
Al médico sevillano Jesús Corral, que trabajó cinco años como consultor médico en el Centro de Tumores Torácicos de la Clínica Universidad de Navarra, un linfoma de Hodgkin le cambió la vida y su forma de afrontar sus consultas: «El papel de los psicooncólogos y de la Enfermería es crucial para los pacientes de cáncer»
«Hay que humanizar las salas de espera de Oncología: no pueden ser oscuras ni ruidosas, o no tener vegetación, libros o música»
Sevilla
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Iniciar sesiónCon 40 años, casado y con cuatro hijos, el oncólogo sevillano Jesús Corral decidió cambiar su carrera profesional tras dedicarse a la investigación de nuevos fármacos en Sevilla. Visitó el Congo y varios países de Latinoamérica para incorporarse finalmente al Servicio de Oncología Médica ... de la Clínica Universidad de Navarra. No obstante, dos semanas después de su viaje -ya instalado en su nuevo destino profesional-, empezó a sufrir picos febriles de origen intermitente. Se encontraba bien y no consultó con ningún médico, ni tomó ningún antibiótico. Sin embargo, tras tres meses con fiebre, tuvo un episodio sincopal y empezó a hacerse estudios. Después de varias semanas de pruebas, no se llegó a ningún diagnóstico e inició un tratamiento profiláctico para intentar que la fiebre cediera. Por desgracia, no solo no remitió sino que en el verano de 2019 se hizo persistente y empezó a perder peso. Con su estado de salud en franco deterioro, una biopsia de médula ósea dio por fin con lo que tenía: un linfoma de Hodgkin.
-Como oncólogo, ha tratado a miles de pacientes. Sin embargo, no hay muchos oncólogos en España que hayan pasado por un cáncer. Y tan joven...
-En marzo hará cinco años que terminé el tratamiento de quimioterapia. Ahora me encuentro muy bien. Cinco años más tarde, estoy a punto de que me den el alta.
-¿Cómo se ve el cáncer desde el otro lado?
-Me gusta dividir mi historia en tres fases. Cuando te diagnostican, se produce un punto de inflexión. En mi caso, aún más, puesto que es una enfermedad que conoces perfectamente por tu trabajo. O al menos, que piensas que la conoces perfectamente porque ahí afloran muchos sentimientos, inquietudes y realidades que aunque parezca mentira nunca te planteas.
-¿Qué sentimientos?
-Dolor, inseguridad, miedo, impotencia. Y yo planteo tres necesidades desde mi época de paciente con cáncer que ahora son importantes en mi práctica clínica como oncólogo. Uno, la necesidad de que el equipo médico que trata a un paciente oncológico le transmita confianza para que el enfermo y la familia se sientan en buenas manos ante las decisiones que se van a ir tomando por parte de ese equipo médico para tratar de curar al paciente. La segunda necesidad es tratar al paciente de manera individualizada, darle el tiempo necesario.
-¿No se le da?
-Muchas veces los médicos nos convertimos en robots. Tenemos un paciente delante, le damos el diagnóstico, el pronóstico, los efectos secundarios del tratamiento y ya está. Y no nos damos cuenta de que el paciente y sus familiares tienen poco tiempo para asimilar todo lo que le estamos diciendo. Hay que dedicar más tiempo a los enfermos para que digieran toda esa información, un tiempo adaptado siempre a cada paciente y a sus circunstancias. Y la tercera necesidad que he descubierto a raíz de mi experiencia es la de un apoyo psicoemocional no sólo para ellos también para sus familias. Esto es algo más complicado y doloroso.
-¿Cómo recuerda ese momento en que su médico le informa por fin de que tiene un linfoma?
-Recuerdo muy bien lo mal que lo pasé en esa entrevista. ¡Tenía tal sufrimiento y tal necesidad de ayuda! Y en ese momento no tenía lucidez para pedir esa ayuda. Hasta el punto de que en determinados momentos de ese proceso deseé acabar con mi vida. Ahora lo pienso, cinco años más tarde, y digo: ¡Dios mío, todo lo que yo hubiera perdido si hubiera llevado a la práctica ese deseo que tuve! O si hubiera tenido en algún momento esa posibilidad de quitarme de enmedio. Afortunadamente, no lo hice, porque he disfrutado mucho en estos últimos cinco años y todo eso me lo hubiera perdido. Por eso reivindico el papel importante y crucial de los psicooncólogos, de la ayuda psicoemocional y de la Enfermería, que para mí fue de gran valor. Gracias a ellos y a mi familia, pude salir adelante y no tomar esa decisión.
-¿Qué cree que fue lo que le llevó a pensar en quitarse la vida?
-No fui capaz de quitarme esa balda de médico oncólogo que se adelantaba a todo lo que iba ocurriendo en el proceso de la enfermedad. Eso hacía que sufriera doblemente, no sólo por el diagnóstico, no sólo por el tratamiento, no sólo por sus efectos secundarios. De alguna manera, yo me adelantaba a todas esas complicaciones que podían ocurrir y al final lo que necesitaba era abandonar la bata, ser un paciente más, olvidarme del control de lo que tenía a mi alrededor. A mí me ayudó mucho poder hablar con un psicooncólogo y poder recibir tratamiento psiquiátrico en un estado de depresión en el contexto de la enfermedad. Y el apoyo familiar fue esencial. También lo fue poder contactar con otros pacientes que estaban viviendo lo mismo que yo y lo estaban viviendo de una manera distinta. Entre todo, pude darme cuenta de que cada día era una oportunidad diferente para mí y abandonarme plenamente en el equipo médico que me trataba. Y aquí estamos.
-Hace poco charlé con una traumatóloga del Virgen Macarena de Sevilla que precisa de un trasplante de médula a causa de la leucemia que padece. Y me dijo que el hecho de ser médico -y de saber mucho más que cualquier otro paciente- le había hecho sufrir más y ser peor paciente, interpretando siempre sus síntomas y evolución de una manera más realista, pero también más negativa. ¿Fue ése su caso?
-Sí. Porque el conocimiento en este caso no te hace bien, más aún si eres oncólogo y el manejo de los efectos secundarios de la quimioterapia. Yo recibí mucha quimioterapia a altas dosis y sabía mejor que nadie los momentos en los que los riesgos de infecciones iban a ser mayores y lo que significaba tener diarreas, tener fiebre, encontrarte mal, lo que significaba ir a un tratamiento de quimio y tener que continuarlo, encontrándote mal. Porque sabía que era importante mantener la intensidad de las dosis para curarte y, en mi caso, fueron seis tratamientos muy duros llenos de múltiples complicaciones, con un final feliz. Pero ser médico no me ayudó como paciente porque conoces la realidad y te anticipas a lo que te va a pasar. A veces no pasa eso que temes, o crees que va a pasar, y lo estás sufriendo por adelantado.
-¿Se siente ahora, tras su experiencia como paciente, mejor oncólogo que antes?
-No creo que yo sea el indicado para juzgar si soy ahora mejor oncólogo que antes de mi enfermedad. Pero sí puedo decir que ahora cuido mucho más determinados aspectos del día a día en la consulta con mis pacientes y en la posición que ahora puedo ocupar como jefe de servicio en el Hospital de Jerez y como presidente de la Sociedad Andaluza de Oncología Médica. Cuando tengo que pasar consulta, sí que me esfuerzo por ofrecer a cada paciente el tiempo necesario. Si viene por primera vez, me preocupo de que tenga tiempo de conocer con calma lo que puede suponer su enfermedad y su pronóstico. Y también qué efectos y qué necesidades va a tener durante el tratamiento.
-¿En qué más cosas nota ese cambio con sus pacientes?
-Cuando están en la fase de tratamiento, me gusta mucho enseñarle los TAC, para que vean con sus ojos la mejoría o no mejoría, y puedan entender mejor por qué hay que continuar un tratamiento. O por qué hay que abandonarlo. Y en mi posición actual como presidente de la SAOM y jefe de servicio hospitalario atender todas esas necesidades que yo tuve durante mi tratamiento y seguimiento. Cuidar las salas de espera, cuidar que haya siempre apoyo psicoemocional para los pacientes. Ofrecerles las mejores opciones de tratamiento, fomentando la investigación y los ensayos clínicos. Que haya recursos suficientes de personal para que los pacientes y sus familiares se sientan bien tratados. Cuidar mucho la hospitalización, que se sientan seguros y acompañados durante todo su proceso en el hospital. Soy consciente de lo que he vivido como paciente oncológico y sé las necesidades de los pacientes y trato de darles respuesta.
-¿Siente mayor empatía hacia sus pacientes ahora?
-Sí porque me puedo poner más en su lugar. Y también vivir la profesión de otra manera. Yo siempre he sido profesionalmente una persona muy inquieta y con mucha ambición. Y siempre digo que se puede pasar de la profesionalitis, que es esa inflamación de la profesión por la cual sólo vives a través de ella, al profesionalismo, convivir con la profesión y disfrutar de ella.
-¿La oncología es una especialidad médica muy competitiva?
-Sí, pero se puede ser buen oncólogo de muchas maneras y siempre hay que disfrutar de la profesión. Es maravilloso poder acompañar a los pacientes en su proceso de curación.
-¿Por eso dejó su trabajo bien remunerado en la Clínica Universidad de Navarra para volver a la sanidad pública andaluza?
-Sí. Aunque hubo más factores. El principal fue intentar cambiar la vida de la gente después de tener una experiencia de vida como la que yo tuve, de estar a punto de fallecer. Y tuve la posibilidad de curarme con un tratamiento. Volver al Servicio Andaluz de Salud fue mi manera de intentar cambiar la vida de la gente, donde los recursos son menores y las posibilidades también, igual que yo tuve la posibilidad de tratarme en un sitio con muchos medios y grandes profesionales, ya sea con un final feliz o no. Ese fue el principal motivo de volver a las trincheras.
-Ganando menos dinero...
-Sí. Aquí los recursos son menores y las dificultades son máximas. Cuando me fui a Madrid en 2017, el Servicio Andaluz de Salud tenía muchas carencias y las inquietudes para cambiar la vida de los pacientes oncológicos eran, a mi juicio, escasas.
-¿Y cómo se ha encontrado la sanidad pública andaluza cinco años después?
-Con mayores recursos, mejor dimensionados y repartidos. Y sobre todo veo que las inquietudes de los directivos están mucho más humanizadas, especialmente en el campo de oncología, donde he percibido gran apoyo para que nuestros pacientes vivan más. La mejoría que he percibido es clara. He visto un cambio importante de mentalidad.
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