el paseante
Intercambiador de la Enramadilla: atravesando las traseras
Allí confluyen el autobús, las bicis, el tren, el metro y el tranvía, pero se olvidaron del peatón
Falta un criterio claro de ordenación urbanística que supere la mera yuxtaposición de elementos
El aparcamiento de bicicletas que ocupa gran parte de la acera hace tiempo que dejó de funcionar
Sevilla
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Iniciar sesiónYa puestos a tener, Sevilla tiene hasta un intercambiador de transportes. Modesto, eso sí. Pero inhóspito como pocos lugares de la ciudad y mira que hay donde elegir. El intercambiador de la Enramadilla (más conocido por el nombre de la inmobiliaria que urbanizó la zona) ... es una agregación de elementos de movilidad y mobiliario urbano carente de un criterio de ordenación urbanística objetivo: más bien parece que cada pieza se ha ido haciendo sitio al tuntún, donde quedaba hueco. El resultado es uno de los espacios más desangelados y feos de Sevilla.
A ello contribuye, clarísimamente, la acumulación de elementos de diferentes estilos y épocas, aunque el espacio en sí no pase de la treintena de años. Hasta cinco tipos de farolas pueden contarse, según se mire a una u otra calle que las circundan o dentro del espacio mínimamente ordenado. Hay bancos de forja para tomar la sombra junto a la estación de Cercanías que se dan de bofetadas con el aire 'moderno' del resto de las instalaciones. Hasta hay contenedores de basura de todos los colores en la acera de la calle Doctor Ordóñez de la Barrera.
Hay una pérgola que no da sombra porque se quedó en el esqueleto, sin que la colonice ninguna trepadora, y bancos al sol para broncearse a rayas si se desea. Y hay maceteros, colocados donde buenamente cayeron, secos como un esparto donde hace mucho que dejaron de crecer especies vegetales distintas de los jaramagos. Tampoco es que se vean mucho porque los tapa la mole oxidada de lo que un día se anunció pomposamente como aparcamiento vigilado de bicicletas y hoy no es más que un cajón de metal que causa una paupérrima impresión y que dificulta la comunicación peatonal entre los diferentes elementos de la plaza.
En el intercambiador de la Enramadilla confluyen varios modos de transporte. Como en los títulos de crédito de las películas, reseñémoslos por orden de aparición: el tren con su apeadero de San Bernardo (ya es imaginación nombrarlo así), el taxi, el autobús urbano, el metro, las bicicletas de alquiler de Sevici, el tranvía y las bicicletas eléctricas de alquiler. El único que falta, parece ser, es el peatón, protagonista indiscutible de la ciudad pero al que aquí se le ha postergado a un papel de figurante sin frase, porque no puede decir ni pío.
El viandante, sometido a una caprichosa yincana en la que debe ir sorteando cuantos obstáculos le salen al paso, acaba haciendo de su capa un sayo y tira siempre por el camino más corto prescindiendo de pasos de cebra e itinerarios previstos, entre otras cosas, porque hay poco movimiento a pesar de que aquí tienen parada las líneas 52, 28, 38, 25, 26 22, 29, C2, LN, LE, A5 y EA además de la B4 fuera de las dársenas de Tussam. Los autobuses urbanos se detienen un momento y en seguida parten hacia sus destinos.
Curiosamente, la infraestructura más repetida tiene que ver con las bicicletas. El carril bici discurre paralelo a los raíles del tranvía. También una parada de Sevici, al borde de la isleta central y detrás del que fue aparcamiento de bicis, pero es que además hay un bicicletero de barras del Ayuntamiento y recientemente se ha añadido un estacionamiento de bicis de alquiler eléctricas. Pues aun así, hay bicicletas amarradas a farolas y barandillas junto a la estación de trenes por la sencilla razón de que les da la sombra.
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Y motos en el acerado, quizá porque a nadie se le ha ocurrido disponer de un estacionamiento propio en un lugar tan frecuentado, así que a las marquesinas, pérgolas, bancos, papeleras, farolas, barandillas y hasta veladores de la cantina de la estación hay que sumar motocicletas de todo cubicaje desparramadas por la zona protegida del sol con los árboles que faltan en el centro.
Porque esa es la gran objeción de este espacio diríamos inacabado. Las altas tipuanas que amarillean la acera y las airosas jacarandas que las azulean están en los bordes de la plaza y alrededor de la boca del apeadero ferroviario, pero no en el centro, porque el subsuelo está tan perforada con la estación de metro y las vías del tren que no podrían arraigar ni lilas. Al menos, el jardín infantil que conserva la memoria del llorado Luis Olivencia Brugger (aunque no hay placas que lo nombren) está a la sombra. Descuidado, pero sombreado.
El jardincillo para los niños está a la espalda del apeadero, haciendo honor al resto de elementos del intercambiador, donde todo da la impresión de ser la trasera de otra cosa. El vallado, por ejemplo, es tan extenso que abarca una zona de tierra (el césped debió de desaparecer hace algún tiempo) sin uso. Pero está vallada, claro. Y al otro lado de la valla se ve un acopio de materiales de obra para algún arreglo de la estación dejado allí porque nadie lo va a ver.
En efecto, las prisas dictan que el público que sube o baja de un transporte u otro en un movimiento continuo de sístole y diástole no vea nada porque se ha acostumbrado a un paisaje urbano desalentador, muy mejorable, en el que la única atención hay que dedicarla a moverse por la rampa, evitando los escalones de acceso al apeadero de trenes, a una cota inferior al resto de la plaza.
No importa de dónde se venga ni a dónde se vaya, el paseante tiene siempre la impresión de atravesar una inmensa trasera urbana en la que se ha puesto de todo para que no falte de nada: bueno sí, un criterio de ordenación y mucha sombra. Y tampoco estaría de más una fuente para recargar botellas…
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