Los constantes se mudan de acera

La caseta más cercana en línea recta resulta ser una bautizada como 'Los constantes' en el número 43 de la calle Espartero, pero este domingo de 'resaca', los perseverantes han cambiado de acera y están en la iglesia, conforme a la descripción de las primeras comunidades cristianas en Hechos de los Apóstoles 2, 42. A pesar de la Feria, a pesar de los achaques, a pesar de todos los pesares, allí estaban para la misa dominical. El cronista pierde la cuenta de andadores cuando el número va por catorce, perfectamente alineados en el extremo de los bancos del lado del Evangelio para facilitar que el ministro extraordinario les reparta la comunión sin estrecheces.

Aquí, la mayoría sigue la misa por el plan antiguo: se levanta del asiento -el que puede hacerlo- a la vez que los corazones hacia el Señor, reza el símbolo de los apóstoles (credo corto), comulga directamente en la boca y entona un 'aleluya' tan desmayado que se queda entre el ay y el huy. Ni que decir tiene que conocieron la misa en latín con el presbítero (pura etimología) encabezando la plegaria vuelto de espaldas.

Hay niños (algunos, a cargo de los abuelos) y alguna familia, pero son los menos. El párroco, que se ordenó en 1974, habla con voz clara y potente, casi silabeando, sabedor de la dureza de oído de las almas que cura. Pero deduzco que los fieles deben de andar bien de vista porque en el agnusdéi presenta una porción tan fraccionada sobre el copón que cuesta distinguirla en aquella iglesia tan grande como desangelada. Resulta muy significativo el énfasis gestual con que presenta las especies eucarísticas mientras pronuncia las palabras consagratorias.

Como era el domingo del Buen Pastor, el pastor fue a por lana en una homilía breve (seis minutos) y no salió trasquilado. Habló de tres rasgos principales de Jesús como Buen Pastor: «da la vida sin reservarse nada», «conoce, experimenta y asume las angustias de las personas» y el espíritu misionero que imprime «urgencia por salir al encuentro de los que buscan».

Como se celebraba también la jornada mundial de oración por las vocaciones, el oficiante insistió en que «todos somos discípulos y todos misioneros», distinguiendo cuatro llamadas en la Iglesia: al matrimonio, a la vida sacerdotal, a la vida religiosa y a la misión. No podía esperarse otra cosa rigiendo los padres blancos la parroquia. Por eso, en el memento de difuntos hubo referencias a San Damián de Molokai, al beato Eustaquio y a diferentes mártires.

Para repartir la comunión, pidió ayuda de los fieles que no llegó. Esperemos que no cayera en saco roto también su exhortación a orar por las vocaciones: «Una comunidad donde no hay oraciones ni ayuda para discernir la vocación puede considerarse como muerta». Esta no lo estaba: se mantienen constantes en la oración.

Los constantes salieron de misa tras los avisos parroquiales de que durante cuatro sábados seguidos habrá primeras comuniones y se modifican algunos horarios mientras la noria seguía dando vueltas a lo lejos en la Feria.