De la misa la media
Gloria interminable en el Valle
Iglesia en Sevilla
La función principal de instituto de la hermandad del Valle tiene tres banquetes: a los de la Palabra y la eucaristía comunes a todas las misas se suma el banquete de fe con una protestación multitudinaria de cientos de hermanos
Sevilla
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Iniciar sesiónFunción de la hermandad del Valle
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Templo: Iglesia de la Anunciación
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Fecha: 22 de marzo
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Hora: 12.15 horas.
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Preside: Pablo Guija Rodríguez
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Asistencia: fieles de pie, más de cuatrocientas personas
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Exorno: altar de septenario con casi 200 cirios y cuatro jarrones bicónicos de claveles rosas
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Música: coral polifónica con acompañamiento grande de orquesta
La función principal de instituto de la hermandad del Valle tiene tres banquetes: a los de la Palabra y la eucaristía comunes a todas las misas se suma el banquete de fe con una protestación multitudinaria de cientos de hermanos deseosos de poner su mano ... sobre los Evangelios y las reglas de la corporación para ratificar el voto de sangre que se expresó en la fórmula general dirigida desde el ambón.
Durante 48 minutos de reloj fueron arrodillándose, uno a uno, ante el director espiritual del Valle que presidía la celebración pequeños y grandes, mujeres y hombres, encorbatados y enlutadas en una fila interminable: decir que pasaron más hermanos de los que cabían en el templo de la antigua casa profesa de los jesuitas es ajustado a la realidad. En ese intervalo cupieron tres motetes, dos composiciones instrumentales y 'Virgen del Valle'. Y sobró tiempo para charlas, saludos y parabienes.
La misa se fue a las dos horas y dieciocho minutos hasta que a las 14.43, fray Joaquín Pacheco entonó el 'ite missa est' que daba por concluida la celebración eucarística. Que no menos de trescientas personas (algunos desertaron tras la protestación de fe) hagan rebosar la iglesia de la Universidad un día laborable a la hora en que se acostumbra comer es para felicitarse, como hizo el oficiante, Pablo Guija, en la despedida.
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Esa masiva protestación de fe se ha convertido en santo y seña de la hermandad y este visitador eucarístico no es nadie para decir que se carga por la mitad la maravillosa experiencia que hasta ese momento era la misa cantada de Gómez-Zarzuela. ¡Hay vida más allá de las cornetas y los tambores, sólo que hay que hacérselo escuchar a esos jovencitos engorilados con el tatachín! Especialmente notable resultó el 'Kyrie' en los redobles de timbales y la orquesta subrayando las voces y no al revés, como sucedió en algún otro momento.
La hermandad tiene dispensa para saltarse la ascesis cuaresmal e interpretar música de alabanza (y vestir de blanco con un juego de casullas y dalmáticas esplendentes) que elevaba el espíritu y nos hacía tocar la gloria. No la eternal, que para que se hiciera interminable la experiencia sobraba con la fila de hermanos medalla al cuello camino del antepresbiterio. Qué pena que en esa gloria musical no se le hiciera sitio al salmo, que tan hermoso resulta cuando se entona desde el ambón en vez de leerlo con algo de premura como se hizo.
Hasta ahí, todo era solemne y grave como el andar de la procesión de entrada con una perfección que no podían emborronar tantas reverencias al sagrario y tan pocas al altar, convertido en el centro de la celebración eucarística desde que lo besan los concelebrantes.
En la homilía (de trece minutos), el también director de la Pastoral Universitaria (Sarus) resaltó que María, «como madre, enseñó a Jesús a amar como hombre; y como discípula, aprendió de Jesús a amar como Dios». En esas coordenadas se movió, subrayando el 'fiat' (hágase), la maternidad y la aceptación de la cruz como los pilares de su fe. Citó a los pontífices Francisco («María es un pilar en la tribulación») y Benedicto XVI y resaltó el valor de la maternidad como la gran aportación de María al Evangelio y remató con una poesía.
Acabada la protestación de fe, continuó la misa con tan mala fortuna que falló el micrófono en el prefacio de la plegaria eucarística, en el centro de la celebración, aunque después se recobró el sonido y se pudo escuchar al oficiante. No así a los concelebrantes en los respectivos mementos de vivos y de muertos ('Acuérdate, Señor') porque estaban tan alejados del altar que el micrófono no captaba sus palabras.
Al filo de las tres de la tarde, descendimos del paraíso y salimos al Viernes de Dolores otra vez. Habíamos estado tres horas en el templo: no encuentro mejor entrenamiento posible para la gloria interminable que tenemos prometida.
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