'20 días en Mariúpol': Retrato sin filtros del infierno de la guerra
El periodista Mstyslav Chernov, ganador del Pulitzer, dirige este documental, disponible en Filmin, sobre el brutal asedio ruso a la ciudad ucraniana
Mariúpol, las fotos del antes y el después de una ciudad arrasada por los bombardeos

Nada te prepara para una guerra, salvo la guerra misma. Cuando las bombas resuenan y los proyectiles silban, muchos lloran, otros ríen nerviosos. Los hay, incluso, que saquean tiendas... para robar una pelota, como si una ciudad arrasada tuviera ganas de pensar en jugar. Otros ... filman, como Mstyslav Chernov, ganador del Pulitzer por las devastadoras imágenes que ahora reúne en el documental '20 días en Mariúpol', disponible en Filmin, sobre el asedio ruso a la estratégica ciudad ucraniana. «La sensación de peligro, la sensación de ansiedad. Todo está ahí. Con el paso del tiempo, aprendes a controlarlo, a seguir trabajando mientras sientes toda esta variedad de emociones. Lo que no puedes controlar es el sentimiento de tristeza y rabia. Cuando ves morir a la gente, cuando ves morir a los niños... es algo que no puedes controlar», cuenta a ABC el periodista ucraniano, el último, junto al fotógrafo Evgeniy Maloletka y la productora Vasilisa Stepanenko, en quedarse en la ciudad portuaria cuando los tentáculos de Vladímir Putin estrujaron Mariúpol; cuando los ataques rusos estrecharon «un cerco alrededor de una ciudad condenada a morir», sentencia Chernov.
«Alguien me dijo que las guerras no empiezan con las explosiones, empiezan con el silencio», asegura el ucraniano en la voz en 'off' del largometraje, finalista en los próximos premios Oscar, premio del Público en Sundance y la cuarta mejor película del año según 'The Guardian'. Él, cámara en mano, llena ese silencio con un horror difícil de rebatir, el de los cadáveres, las fosas a rebosar, las lágrimas. Con imágenes como las de Iryna, una mujer embarazada con la pelvis destrozada que murió después del bombardeo al hospital maternoinfantil de Mariúpol; las de unos médicos intentando reanimar a un bebé de 18 meses mientras la sangre gotea por la camilla; las de un hombre desconsolado abrazando por última vez el cuerpo sin vida de su hijo Ilya, de dieciséis años, que murió después de que una bomba le destrozara las piernas mientras jugaba al fútbol con sus amigos en el colegio.
«Una de las partes más difíciles de hacer esta película es encontrar el equilibrio adecuado entre la obligación de mostrar la guerra como es realmente y ser muy respetuoso con las víctimas, no alejar al público, porque todos tenemos una capacidad limitada, como humanos, para las tragedias y, cuando nos sentimos abrumados por las emociones, nos cerramos en banda. Conozco esa sensación, he pasado por eso muchas veces, cuando quiero cerrar los ojos y no pensar en nada», explica Chernov. «Pero lo peor que puedes hacer cuando intentas mostrar la realidad de la guerra es desinfectarla. Si la gente piensa que la guerra está bien, que es aceptable y que no es tan mala, no es tan trágica, no es tan dolorosa, la aceptan y no se oponen a ella», sostiene.
También la olvidan. Y ahí la propaganda campa a sus anchas. Por eso se ve a médicos pidiendo, con rabia, que grabe los ojos de una niña de cuatro años muerta; por eso Chernov corría más por encontrar conexión para enviar las imágenes y difundirlas al mundo que por las balas. «Estos fueron los primeros días de la invasión a gran escala de Rusia en Ucrania. Los días en que Rusia estaba tratando de convencer a todo el mundo de que no estaban disparando contra civiles, de que no estaban atacando ciudades o zonas residenciales. Lo que vimos en Mariúpol fue completamente opuesto. La presión para que todo el mundo conociera la verdadera cara de la invasión fue inmensa», admite el corresponsal de guerra, físicamente en Los Ángeles pero mentalmente en su tierra. «Kharkiv, que es mi ciudad natal, está siendo bombardeada. Es simplemente difícil estar en un buen lugar como Los Ángeles cuando las cosas se están desarrollando de una manera tan complicada en Ucrania», confiesa el periodista, que lleva casi una década cubriendo conflictos bélicos en Siria, Afganistán, Irak o Gaza.
'20 días en Mariúpol' no escatima en crudeza porque para mostrar la guerra no hay filtro que valga. Las imágenes son desgarradoras, no aptas para todas las sensibilidades, porque, como le dijo un médico de la ciudad, «la guerra es como una radiografía, las entrañas humanas salen a la luz». Si bien, como suele ser habitual en este tipo de documentales, hay un montaje ideológico de las imágenes, para el cineasta era importante no «juzgar a nadie cuando hacía la voz en 'off', no sonar moralizante, no ofrecer soluciones al público, sino dejar que el público juzgara por sí mismo».
Lo que no se grabó
La cámara a veces tiembla porque Chernov graba mientras corre. De algunos momentos, confirma, no hay imágenes porque tuvo que apagarla. «Estaba escondiéndome de las bombas que caían a nuestro alrededor. No pude filmar porque tenía miedo... Sinceramente, soy un ser humano... Tenía miedo, estaba esquivando las balas, esquivando los proyectiles y no grabé», cuenta el periodista ucraniano. Sí filmó, sin embargo, a un tanque ruso, con la Z en la coraza, girar su cañón en dirección a la ventana del edificio donde estaba. Grabó hasta el final y corrió como corren los que intentan salvarse.
Mstyslav Chernov estuvo tres semanas en Mariúpol, pero el asedio duró 86 días. Después de casi tres meses de ataque indiscriminado, más de 20.000 personas fueron asesinadas; no quedaban medicinas, ni comida, ni agua. «Los doctores tenían que seguir trabajando. Cubrían las heridas con trozos de sábana, utilizaban nieve derretida para limpiar el suelo del hospital». Después de ese infierno, para los que se han quedado en Mariúpol el horror no ha terminado: «Se ven obligados a renunciar a su identidad ucraniana, de lo contrario no reciben atención médica. Es como un gueto. Se reeduca a los niños. Los libros de historia y todo lo que definía la identidad ucraniana está siendo erradicado».
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