El enigmático y austero humor manchego y 'Bodegón con fantasmas'
estrenos de la semana en cines
No se deja detectar tan fácilmente como el andaluz, el gallego, catalán o vasco, porque no descarga gran parte de su efectividad en lo peculiar del acento, aunque sí tiene su colección de 'dejes' y entonaciones

No hace mucho tiempo que se empezó a hablar de 'humor manchego' y a considerarlo como una denominación de origen con sus señas y peculiaridades, aunque lleva siglos afilándose entre coplas, entremeses, lazarillos, quijotes y sanchos. El auge de personajes como José Mota, Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, ... Julián López, Carlos Areces, Pablo Chiapella o Raúl Cimas (aquel equipo de Muchachada Nui), y antes que ellos escritores como García Pavón o Francisco Nieva, humoristas como José Luis Coll o Millán Salcedo, o aquel viejo toque Almodóvar en su cine o la increíble retranca de José Luis Cuerda, es un buen argumento para considerar que en La Mancha hay abundante material humorístico original además de exceso de horizonte y mucho terreno bien nivelado.
El humor manchego no se deja detectar tan fácilmente como, digamos, el andaluz, el gallego, catalán o vasco, porque no descarga gran parte de su efectividad en lo peculiar del acento, aunque sí tiene, claro, su colección de 'dejes' y entonaciones. El humor manchego se revela esencialmente en el manoseo semántico y modismos lingüísticos, en una irónica gestualidad, en la búsqueda de situaciones que cruzan en un espejo cóncavo el costumbrismo, la tradición, lo rural y el esperpento. Es, para entendernos, el 'Hoy no, mañaaaaana' de José Mota o el 'Yo soy testigo de Jehova y no puedo mentir' de Chus Lampreave en 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', o todo el gracioso folclore manchego de Almodóvar en 'Volver', o el surrealismo y vocabulario 'chanante' ('indición', 'esparatrapo', 'cobete', 'deltó'…).
Ocasión: el estreno esta semana de 'Bodegón con fantasmas', la primera película de Enrique Buleo, manchego, naturalmente, aunque no tanto como su película y el humor que destila. Son cinco historias que tienen varios puntos de conexión: ocurren en un pueblo típico de La Mancha, de sol pesado, casas encaladas, 'portás', noches frescas y mucho hueco entre la gente; la muerte y la vuelta de ella en modo fantasma es la esencia de los argumentos, aunque sin el menor síntoma de terror en ellos; son cuentos morales, pero sin moralismos, y son una descripción al punto fino de la estética, la solera y la filosofía del paisaje y el paisanaje.
Un hombre vuelve de la tumba porque quiere que cambien el nombre de su lápida, siempre se sintió una mujer y pretende que su hija ponga allí Aurora. 'Ay, padre, yo no sé si estoy prepará', dice la hija con todo el sentido trágico que requiere la ocasión. Y el fantasma, obcecado en su pretensión, busca a alguien que le haga el favor, y vestido con su disfraz de Carnaval y con la peluca de cuando le dieron la quimio.
En la casa de un matrimonio, con el marido ya en las últimas y la mujer ahorrando para el viaje con sus amigas viudas, hay una liebre disecada que es el estandarte artístico del lugar. Una de las amigas anima a la buena mujer a darse prisa (¿?), y tiene sus razones: 'Yo fue quedarme viuda y hacerme los labios'. Por allí, en la noche del pueblo, dos fantasmas de los de sábana, dos chiquillas, buscan al cura para protestar porque el Vaticano ha cerrado el Limbo, con lo que corren el riesgo de que las manden al Cielo y se encuentren con sus depravados padres. El cura, al escuchar a las jóvenes fantasmas, recobra una fe que ya había perdido y…
Una mujer solitaria y sin amor quiere ser poseída por algún espíritu de un recién fallecido, aunque sea rumano y tenga que hacerse ortodoxa y beber palenka… O aparecen unas 'caras' como las de Bélmez y un poco al estilo de aquel Cristo de Borja que restauró una anciana de la localidad… Dos hermanos 'avispados' son los autores de las 'caras' hechas con la intención de atraer el turismo y demostrar que hay contacto con el más allá. Pero un espíritu travieso que andaba por allí escribe en la pared, y a la vista de todos, que son falsas, con lo que el pueblo descubre el camelo y critica duramente a los hermanos.
Enrique Buleo, con sencillez de cámara y de verbo, sin subrayados, con enorme seriedad y con mucha sensibilidad, trata sobre los asuntos más trascendentales del ser humano, de la soledad, al amor, la pareja o la memoria, con un humor cálido, que hay que decapar para ver su brillantez, también su verdín y su mordiente. Y con un talento al alcance de casi nadie combina lo muy, muy local con lo muy, muy universal. Y ahora vas y lo 'cascas'.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete