Crítica de 'Kill Boy' (**): Bill Skarsgard pide paso a patadas

El director y coguionista, Moritz Mohr, tiene el acierto de no preocuparse gran cosa por aclarar las líneas de su argumento y dedicarse a construir buenas coreografías de lucha y escenas de violencia brutal (aquí, brutal significa brutal, no otra cosa). Con la historia allí al fondo, entre ininteligible y poco seductora, el aliciente ha de encontrarse en la espectacularidad de las artes marciales que un chamán (Yayan Ruhian) le enseña a 'Boy' (Skarsgard), y en las peleas tan historiadas que se celebran entre ellos dos y contra cualquiera que atraviese el plano.

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Es un acierto el detalle de que el personaje de Skarsgard sea sordomudo, y se explique mediante una voz en off, lo cual aligera en parte la parte engorrosa de su interpretación: pone caras y pega con fuerza. Los demás actores sí tienen texto y cumplen con él, Jessica Rothe, Famke Jensen, Michelle Dockery, Brett Gelman… En fin, y dentro de la trivialidad de la trama y sus estériles ringorrangos, 'Kill Boy' es una película que ofrece el máximo de vistosidad y entretenimiento dentro de ese subgénero que tiene tantos seguidores como perseguidores.