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Crítica de 'Todo a la vez en todas partes': Cómo caer de bruces en una película insólita

Gran Michelle Yeoh y fabulosa, explosiva, impúdica y de Oscar, Jamie Lee Curtis, en sus varios papeles, de funcionaria ogro del fisco, a terrible villana o a mujer solitaria y receptiva

Michelle Yeoh en 'Todo a la vez en todas partes'
Oti Rodríguez Marchante

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No lo podía expresar mejor el título: comedia, familia, acción, fantasía, artes marciales, ciencia ficción, multiverso …, todo a la vez y en todas partes . Hay que tener antenas en la frente para captar la cantidad de información, deformación y ficción que propone esta historia completamente trastornada y exaltada que sus guionistas (Dan Kwan y Daniel Scheinert) han gozado escribiendo, sus directores (los mismos) habrán padecido su complicada filmación y los espectadores probablemente compartirán ambos sentimientos, el de gozar su increíble imaginación y creatividad y el de padecer sus dosis de disparate y caos en algún tramo, de vez en cuando y en algunas partes.

Lo que se puede rescatar de su argumento a la incoherencia es que se trata de una familia china emigrada a Estados Unidos, que tiene una lavandería, problemas con Hacienda, la llegada del abuelo desde China, el distanciamiento con la hija y con su encantadora novia…, en fin, un universo lleno de agujeros para perderse en el multiverso. Comedia descacharrante (a veces), intensidad emocional en lo afectivo y familiar, escapadas constantes a ‘otros mundos’ en los que impera la acción, la lucha, los lados oscuros, violentos y heroicos de los personajes, que cambian de registro como de camisa. Gran Michelle Yeoh y fabulosa, explosiva, impúdica y de Oscar, Jamie Lee Curtis, en sus varios papeles, de funcionaria ogro del fisco, a terrible villana o a mujer solitaria y receptiva.

Difícil pero jocoso atrapar a los personajes en su psicología y cambios, y entretenidísimo el constante ‘ruido’ y ajetreo de la imagen, pues a una escena imposible le sigue otra inviable y otra increíble, fantástica o inmóvil, lo que obliga al espectador a comerse esta película con las fauces abiertas, y poniendo en ella dosis equilibradas de sensatez y atolondramiento. Un ejercicio que no pesa, que no carga, aunque Kwan y Scheinert , obsesionados por su descontrol, reiteran y alargan algunas situaciones y espesan su filosofía del ‘todo’ como si fuera una asignatura que hay que aprender.

Con su enorme caos, con su estiramiento, con su pizca de hastío, con su emotividad familiar desbordada, con su utilización osada del cine de persecución y mamporros, con su exuberancia y exceso de residuos, es una película original, novísima, divertida, muy fácil de ver y complicada de asimilar.

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