Crítica de «Sobre lo infinito»: El gabinete del Dr. Anderson

Andersson aparenta una postura más bien existencialista, de cierto pesimismo sobre la, ejem, especie humana. Pero hay también destellos de calor humano, y de humor

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El cineasta sueco Roy Andersson es un orfebre que se toma su tiempo (su anterior título ya tiene un lustro) para manufacturar piezas con un estilo muy singular. Ensambla viñetas rodadas en un solo plano fijo, sin montar ni mover la cámara, encuadradas ... desde un ángulo lateral, sin primeros planos, y con un trabajo de dirección artística y de tratamiento del color que solo cabe calificar de absolutamente primoroso. Si recaigo en este tipo de descripción formal es porque, en este caso, el estilo lo es todo: es lo que da sentido a la obra y la fuente de la fascinación que produce (o, en su caso, rechazo: como siempre, el amable lector, si lo tuviera, queda avisado).

El sentido (su carácter episódico impide hablar de argumento al uso) de esta obra cuyo título alude de forma pretenciosa al infinito es… indefinido. Aparecen personajes en escenas cotidianas (aunque Andersson siempre incluye viñetas del pasado: aquí una con Hitler vale por todo «Jojo Rabbit») más bien dramáticas: el extrañamiento (como diría Shklovski) que produce el riguroso dispositivo formal hace que tendamos a verlos como emblemas. ¿Pero de qué? Bueno, Andersson aparenta una postura más bien existencialista, de cierto pesimismo sobre la, ejem, especie humana. Pero hay también destellos de calor humano, y de humor: su poesía visual puede recordar a Tati. En todo caso, no verán una película igual en plataforma o cartel. Y se hace muy corta: uno queda con hambre de más retablos.

Crítica de «Sobre lo infinito»: El gabinete del Dr. Anderson

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