Crítica de «Lo que arde»: El fuego en el congelador

En «Lo que arde» , su mínimo argumento se corresponde con unos cuantos días de un personaje anodino, encerrado, sin ventanas a la calle, un hombre que sale de la cárcel (probablemente por haber provocado un incendio, aunque no se especifica) y se refugia en su aldea gallega, junto a su madre y entre los vecinos que lo miran como si fuera un ornitorrinco… No hay intrigas, sino contemplación y espera , aunque hay que decir de ellas que componen una sinfonía visual, bosques, naturaleza, humedad…, que tienen ese compuesto de silencio, bruma y magia como algunos de los mejores momentos de Angelopoulos. La fotografía de Mauro Herce es grandiosa, conmovedora y fascinante, aunque no consigue (lógicamente) atrapar y esclarecer los pensamientos y la relación de ese hombre con su entorno, especialmente con su madre, que queda en la pantalla tan crujiente como el pan de ayer…

En ese sentido, la película es completamente «gallega» , de las que responden con una pregunta. El proceso hasta llegar al tramo final, más ardiente, lo deja a uno exhausto de belleza, silencios y preguntitas sin responder, y ahí está el quid de la cuestión en este tipo de cine en el que entras o te quedas fuera, que no te lo cuente nadie, que te lo cuentes tú