Crítica de «El ritmo de la venganza»: Morena poco atómica
El resultado es más bien poco estimulante y no porque la protagonista sea mujer o no ponga toda la carne en el asador
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Hace bien poco hemos visto a actrices tan interesantes como Charlize Theron o Jennifer Lawrence hacer de espías más o menos atómicas, por lo de la Guerra Fría, y uno no podía evitar pensar en ellas viendo aquí a Blake Lively seguir sus pasos. Su currículo tiene mucho menos peso pero lo compensa con una concepción hiperventilada del oficio de espionaje. No solo empieza en las cloacas, literalmente hundida en el fango tras haber perdido a su familia en un atentado terrorista islamista, sino que sufre un proceso de entrenamiento que no habrían aprobado ni Bond ni Bourne. Se lo propina Jude Law en un pequeño pero sabroso papel de entrenador invitado que no tiene nada que envidiar a ninguno de esos sargentos de hierro gritones y faltones de la historia del cine militar.
La nueva y redimida agente con licencia para ejecutar recorre los itinerarios de rigor en las películas producidas por Barbara Broccoli (sí, la misma de la saga Bond): un espio-tour por algunos de los mejores destinos del mundo, aunque sin prestar mucha atención a sus atracciones turísticas. El resultado es más bien poco estimulante y no porque la protagonista sea mujer o no ponga toda la carne en el asador. Es legítimo colegir dificultades en la producción, de las que luego asoman en fisuras cavernosas de guión, mal desarrollo de personajes clave, subtramas de romance que no se creería ni 007 y otras minucias. Si uno se empeña puede disfrutar de la función como si fuera un thriller más, por desgracia tiene un buen número de ejemplos mucho mejores con los que compararse.
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