COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

Pedro, ¿qué vas a hacer?

Porque si a este le quitamos todo lo anterior, ¿sabe qué nos queda?, un presidente haciéndose la víctima, esperando a que toda la pandi le diga aquello de «Pedro, quédate»

Hagamos un ejercicio de reflexión, como el que está haciendo nuestro Presidente desde el pasado jueves, pero sin tanto dramatismo, y tomemos toda la distancia posible para que la pasión no nos ciegue el conocimiento y para que los árboles no nos impidan contemplar el ... bosque animado que tenemos por país. Dejemos a un lado la cuestionable certeza de los hechos que pesan sobre Begoña Gómez y su tráfico de influencias; dejemos también a un lado, las fuentes en las que se basa la acusación presentada tanto Manos Limpias como por Hazte Oír y Liberum. Apartemos la sospecha de cómo se tuvo que «retorcer» el reglamento de la Universidad Complutense para que la esposa de Pedro Sánchez pudiese dirigirlo sin tener la titulación necesaria. No pensemos en la sospecha que se cierne sobre los medios de comunicación ni en la persecución que sufren muchas cabeceras de periódicos. Olvidemos el caso de Koldo y sus muchachos, no se le ocurra prestar atención a los cantos de las sirenas europeas.

Dejemos a un lado los recelos sobre la justicia y todo el asunto del lawfare, no tengamos en cuenta el panorama que nos ha dejado el resultado de las elecciones vascas, y por supuesto, tampoco prestemos mucha atención a la que se avecina con los comicios en Cataluña. No pensemos en la carta que el Presidente nos envió a través de las redes sociales, como si usted y yo fuésemos sus coleguitas desde el colegio, la misma carta que ha hecho llorar a Pedro Almodóvar «como un niño», y la misma que nos ha traído hasta aquí: a la situación más surrealista que ha vivido el gobierno de España desde la instauración de la democracia- que ya es decir-, hace ya casi medio siglo.

Porque si al asunto de Pedro Sánchez le quitamos todo lo anterior, ¿sabe que nos queda?, un presidente de un país civilizado –que no estamos hablando de una república bananera-, haciéndose la víctima, jugando al niño enfadado, esperando a que toda la pandi le diga –como le han estado diciendo- aquello de «Pedro, quédate», a que se lo digan los históricos del PSOE –la memoria no solo es histórica sino traicionera-, a que se lo digan sus socios de gobiernos, a que la gente llene de mensajes a lo Mr. Wonderful sus perfiles en redes sociales «Pedro, quédate», a que las jóvenes suspiren por el «presidente enamorado».

No sé si a estas horas ya habrá dimitido o no, pero sí sé que ha tenido a todo un país en vilo durante cinco días esperando a que decida el señor -como si fuese un caudillo o un emperador romano-, si le merece la pena seguir gobernándonos o no, yendo de su corazón a sus asuntos, como decía el poeta, y demostrando que el gobierno de España le importa todavía menos de lo que sospechábamos. Porque el presidente, igual que su mujer, no solo deben ser buenos, sino que tienen que parecerlos. Y si vienen mal dadas, la función del presidente es dar la cara y no esconderse a llorar –está roto, decían sus palmeros- o hacer como que llora, haciéndose el indignado sin darse cuenta de que los indignados, esta vez, somos nosotros.

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