COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
No me enfado, pero me da coraje
Nueve de cada diez andaluces nos identificamos con nuestro acento
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Iniciar sesiónNO son buenos tiempos para la lírica, pero sí parece que lo son para que los andaluces empecemos a reivindicar nuestra manera de hablar, como lo hizo el flamante Hijo Predilecto de Andalucía, Santiago Muñoz Machado que, además de haber nacido en Pozoblanco, dirige la ... Real Academia Española de la Lengua, o lo que es lo mismo, dirige la institución que «limpia, fija y da esplendor» a un idioma que hablamos más de quinientos millones de personas en el mundo, con distintos acentos. «Hay que tener mucho orgullo —dice Muñoz Machado—. El español tiene muchos acentos y variedades y su defensa nos enriquece». Y parece que, por fin, los andaluces nos estamos levantando —como nos dice el himno— también para defender nuestro acento.
La semana pasada se conocían los resultados de la encuesta que, cada año, realiza la Fundación Centro de Estudios Andaluces sobre la Identidad de Andalucía. Como ya sabrá usted, casi un sesenta y seis por ciento de los encuestados se ofende cuando se critica nuestra manera de hablar; dos de cada tres andaluces reconocen enfadarse cuando se cuestiona el habla andaluza, no por razones lingüísticas, sino por las connotaciones socio-económicas que se esconden detrás de cada comentario negativo. Que si somos catetos, que si no se nos entiende, que si qué sabemos hacer los andaluces además de dormir la siesta y tocar las palmas, y todos esos sambenitos que llevamos tan pegados a la piel y que llegaron a normalizarse cuando la «norma» estableció que hablar en andaluz es «hablar mal el español».
A mí, como a usted, me corregían la manera de hablar en el colegio, a pesar de que usábamos perfectamente la ortografía, la gramática y la sintaxis española. El seseo, el ceceo, la aspiración de determinados sonidos, la caída de la 'd' intervocálica… todo se señalaba y se enmendaba, o se escondía para intentar «no ser menos» que otros españoles. Yo pensaba que esto también lo habíamos superado, pero parece que no. En menos de una semana, un profesor gaditano y una madre sevillana han denunciado discriminaciones en el ámbito laboral y en el escolar, en los que se les sugería «hablar normal» para que pudiesen ser entendidos —se supone que entendidos por gente «normal»— y para poder desarrollar con «normalidad» sus capacidades de manera «normal». Y por ahí, ya sí que no. Los andaluces sabemos que el andaluz no solo es la variante más desarrollada e innovadora de la lengua española, sino que su fonética se manifiesta como una variante «muy avanzada» del español, tanto peninsular como en América, según los expertos. Que no es una lengua, sino que es la lengua de Nebrija, de Cadalso, de Góngora, de Bécquer, de Machado, de Lorca, de Muñoz Seca, de Fernán Caballero… la lengua de nuestros abuelos, de nuestros padres que, con tanto esfuerzo, nos proporcionaron las herramientas para desterrar unos tópicos que, desgraciadamente, nunca conseguimos enterrar del todo.
Nueve de cada diez andaluces nos identificamos con nuestro acento. Que lo critiquen no me enfada, pero me da coraje.
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