COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL
Amistades peligrosas
Corinna Larsen es el claro ejemplo de lo que pasa cuando se sube una montaña y se termina bajando una colina
Yolanda Vallejo
La venganza es un plato que se sirve frío, como las sopas frescas del verano que entran bien pero se repiten y provocan tal acidez de estómago que termina una aborreciéndolas. Corinna Larsen o Corinna zu-Sayn Wittengenstein, estrena esta tarde un pódcast de ocho ... capítulos –una radionovela, con todos sus avíos– con el que pretende dejar claro que no es solo una interesada, sino una despechada canónica, de las de manual; y pretende, además, seguir estirando la masa de hacer pestiños hasta que la Corte de Apelaciones de Londres dirima si Juan Carlos I se aprovechó de su inmunidad como Jefe de Estado, o si, simplemente, actuaba como un amante bandido. El caso es que, de aquí a diciembre, la estrategia de Corinna es la de mostrarse al mundo como una víctima del «señor Sumer», un seductor perturbador y «bastante despiadado».
La historia de Corinna y el rey no está ahora mismo en el top de los intereses de los españoles. Si Juan Carlos la llamaba diez veces al día o si los pilotos de Iberia le llevaban las cartas de amor «en carpetas» –cartas iban y venían, que cantaba la copla– no va a disparar las audiencias, ni siquiera nos va a posicionar del lado de un personaje que, a todas luces, resulta tan oscuro como Corinna. El romance de la aristócrata –o lo que sea– y el monarca emérito es una historia tan cutre que carece de interés. Ocho capítulos contando lo de la piscina de plástico, la barbacoa, los regalos y la traición debe ser lo más parecido a «Contar la verdad para seguir viviendo» –o al drama de Carmen Borrego con su nuera– que se me ocurre en este momento. Que el rey emérito es «jovial, bromista, risueño, mágico e intenso» no aporta nada a la trama documental. Que Corinna se despierte de madrugada sintiendo que hay alguien de pie junto a su cama que le dice «si no obedeces estas instrucciones podrías morir en un túnel como la princesa Diana», parece cosa de telenovela turca, con todos mis respetos a las telenovelas turcas.
Porque ella misma cae, sin darse cuenta –o dándosela, lo que sí me parecería interesante– en su propia trampa al reconocer que no tuvo exclusividad en el corazón de Juan Carlos, al que ella sí habría entregado el suyo sin ningún tipo de reservas, ya que pronto se dio cuenta de que no era la única, y que su historia formaba parte de algo parecido a una «relación quíntuple». El refranero español definiría a la aristócrata de una forma demasiado cruel pero bastante certera, que no repetiré aquí porque, como le dije al principio, no me interesa absolutamente nada.
Corinna Larsen es el claro ejemplo de lo que pasa cuando se sube una montaña y se termina bajando una colina. Su amistad, más que entrañable, peligrosa, con el monarca español la subió a la cresta de la ola en un momento en el que andábamos hambrientos de escándalos. Pero hoy, que quiere que le diga, el pódcast de Corinna y el rey es más que nunca una sopa fresca de verano, y ya la estoy aborreciendo, incluso antes de probarla.
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