TRIBUNA ABIERTA
Mi madre, mi ejemplo
Bastaba con mirar a mi madre a la cara para entender que era una persona que no se rendía y que no le iba a regalar a los asesinos de su hijo y su nuera su dolor, ni mucho menos esa fuerza con la que vino al mundo
Teresa Jiménez-Becerril
Nadie está preparado para perder a quien le trajo al mundo. Pero mi madre no solo me trajo sino que me llevó de su mano hasta el fin de sus días y por eso yo no quería soltarla aunque lo más generoso era hacerlo, porque ... es pedazo de mujer , que no temía a nada ni a nadie y que superó lo insuperable, no hubiera querido vivir sin vivir. Y así fue, cuando ya la vida le pesaba porque el cansancio extremo superaba su voluntad, empezó a irse, sin prisa pero sin pausa, derechita al reino de los cielos, donde su hijo Alberto llevaba años esperándola, desde esa trágica madrugada en la que los asesinos de ETA decidieron separarlo de su madre y de sus hijos. Esos niños, a los que mi madre crío, como solo una «abuela coraje» como ella podía hacer. Y lo hizo con la inteligencia, la generosidad y la valentía que Ascen, Alberto y Clara necesitaban, a los que la organización terrorista ETA había dejados sin padre y sin madre a los cuatro, siete y ocho años de edad. Recuerdo que mi madre siempre me decía que a saber si ella llegaba a la primera comunión de Clara, la más chica, y yo le decía que no dijera tonterías que ella la vería casarse. Y la vio porque mi madre vivió mucho y también sufrió mucho, pero esa persona irrepetible y adelantada a su tiempo, siempre fue positiva, independiente y práctica, lo que le permitió superar la desafiante y ardua tarea de sacar a tres niños adelante. Quienes vivíamos con ella sabemos que ella no tuvo tiempo de llorar a su querido hijo Alberto, porque tuvo que remangarse y cuidar de sus tres nietos lo que no dejó hueco para la tristeza. La fuerza moral de mi madre y su ejemplar testimonio de amor y entrega es la mayor derrota de ETA y el más claro triunfo de la vida frente a la muerte y de la dignidad frente a la indignidad. Una gesto o una palabra de mi madre bastaría para desenmascarar a los terroristas y a sus cómplices que tristemente campan con la cabeza alta por esta España que olvida a sus héroes y aplaude a los villanos. Más Teresas es lo que necesitamos para recobrar la cordura y la integridad como país. Bastaba con mirar a mi madre a la cara para entender que era una persona que no se rendía y que no le iba a regalar a los asesinos de su hijo y su nuera su dolor, ni mucho menos esa fuerza con la que vino al mundo. En mi casa celebrábamos la vida, no como el terrorista De Juana Chaos que celebró con champán el doble asesinato de mi hermano y su mujer en Sevilla.
Mi madre también se enfrentó a ETA, en las manifestaciones, en los actos de la Fundación Alberto Jiménez-Becerril cuando se premiaba a quienes se distinguían en la lucha contra el terrorismo y la defensa de sus víctimas. Y aunque ella pocas veces hablaba de lo vivido y sufrido, me consta que estaba orgullosa de que yo testimoniara y mantuviera viva la memoria de su hijo Alberto y defendiera los valores por los que fue asesinado. Ella siempre leía lo que yo escribía en ABC, el periódico que desde hace más de cincuenta años llegaba a mi casa por la mañana y a ella le encantaba leer mientras se tomaba su café. Al final de sus días yo empecé a ver que ya no podía con su alma porque ni siquiera podía ojearlo. Como tampoco podía bajar a 'Periqui', que no era su bar sino un lugar donde la querían y en el que se tomaba no solo su tapa de mojama y su cerveza, sino en el que hablaba con los muchos que se le acercaban y la respetaban por su ejemplo de vida, por su entereza y su vitalidad. Si, esa era Teresa Barrio Azcutia, Señora de Jiménez-Becerril, aunque mi padre murió joven y también era la «Madre de Alberto» como muchos la conocían en Sevilla y a la que le preguntaban a menudo por «los niños» y ella decía riéndose- ¡Uy, Albertito tiene ya hasta barba! Seguro que será duro para quienes la apreciaban, no verla más en su mesita, elegantísima como era ella de nacimiento y disfrutando de una conversación de toros o también cuando alguien le hablaba de su hijo Alberto, al que le gustaba recordar a pesar de los pesares.
«Mamá, fue difícil hasta lo indecible soltar tu mano, esa que tanto mi hermano Paco, como mis sobrinos, Ascen, Alberto y Clara y mis hijas, Almudena y Costanza, sujetamos hasta tu último aliento esperando que así tú nos sintieras más cerca. Yo te aseguro que yo no te solté o mejor dicho, tú no me soltaste y estoy segura de que no lo harás hasta el día que me abras las puertas del cielo, las misma que hoy Alberto te ha abierto a ti».
Adjunta primera al Defensor del Pueblo
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