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Cuando te tiembla el alma
El asesinato atroz de Mateo, que recuerda a otros que sufrimos más cerca, ha vuelto a desatar corrientes peligrosas de odio a golpe de tweet
Sevilla
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Iniciar sesiónTenía la encomienda de escribir sobre mi realidad más próxima; de opinar acerca de aquello que me revuelve las tripas o me hace brincar el corazón por una simple cuestión de proximidad, que es a la postre la esencia que le da sentido al periodismo ... local. Pero esta vez no puedo abstraerme porque el latigazo ha sido demasiado intenso a pesar de que el origen del calambrazo emocional dista a unos 500 kilómetros y en un lugar que ni tan siquiera sabía que existía. Mocejón, provincia de Toledo, es la localidad donde un niño de sólo once años ha encontrado la muerte en mitad de un partido de fútbol. Un individuo con la cara tapada entraba en el campo y cargaba cuchillo en mano contra un grupo en el que estaba Mateo, que no pudo escapar de sus puñaladas.
Son las ocho de la tarde del domingo cuando escribo esta columna, han transcurrido apenas unas pocas horas y nada se sabe del atacante. Pero aunque se supieran más detalles, nada impide que el hielo haya congelado las paredes de mis arterias. Desde aquel 5 de marzo que fui madre por primera vez, mi sensibilidad periodística se transformó para siempre y cuando me toca de lleno descifrar el peor rostro del ser humano, el que ataca con sus fauces a los más débiles, me resulta difícil pasar página sin más.
Mocejón me ha devuelto a la memoria el crimen de Palomares. El asesinato sin una pizca de lógica que se llevó por delante la vida de Jesús, con sólo 18 años. Lo mató un adolescente -español- en la puerta de su casa. No se conocían. El asesino y sus colegas eligieron a la víctima al azar para robarle y se les fue de la mano. Y en unos pocos segundos, una familia quedó destrozada de por vida.
Crímenes sin sentido que conmueven porque no hay digestión emocional posible para aguantar que se pierdan vidas que acaban de florecer y que no habían tenido ni tiempo para sembrar tempestades. Sin embargo, ese pellizco que producen estos casos no pueden hacernos llevar por la ola de extremismo que veo con mucha preocupación en unas redes sociales cada vez más peligrosas. Pongamos el ejemplo del Reino Unido y los disturbios que estallaron por un bulo lanzado en unas de esas plataformas que sirvieron también de correa de transmisión para que el mismo Capitolio acabara por unas horas en manos de una panda de cafres.
Mientras apuro estas líneas, sigo releyendo las crónicas de mis compañeros periodistas que cubren la tragedia de Mocejón. Seguía sin haber datos, pero eso no fue impedimento alguno para que ya tuviéramos en circulación el abanico completo de las conspiraciones que incluye por supuesto al menor inmigrante, cargando la ira sobre todo un colectivo. Una desinformación que parte de perfiles anónimos, que difunden algunos irresponsables de renombre y que resulta toda un arma peligrosa.
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