TRIBUNA ABIERTA

‘Los hermanos Machado’, versión teatral de un imposible encuentro

Antonio ya muerto y Manuel todavía en vida entablarán cara a cara una dramática pugna dialéctica, un angustioso debate derivado de sus respectivas opciones en el conflicto civil que acababa de vivir España

ABC

Rogelio Reyes

Aquel 18 de julio de 1936 Manuel Machado no pudo ya tomar el tren de vuelta a Madrid. Junto con su esposa Eulalia Cáceres celebraba en Burgos el santo de su cuñada, monja de las Esclavas del Sagrado Corazón en un convento de la ciudad ... castellana, un enclave dominado desde el primer momento por los sublevados y centro de las primeras decisiones políticas del nuevo régimen en ciernes. Detenido y amenazado por su conocida filiación liberal y republicana, sólo la rendición de su pluma a la nueva causa le libraría sin duda de posibles males mayores. Sus colaboraciones en la prensa nacional, sus elogios poéticos a Franco, a Mola y a José Antonio y su aceptación en 1938 de una plaza en una Real Academia Española controlada por los vencedores acentuarían estos perfiles propios del intelectual que se desdice de su ideario para sumarse a la nueva situación. No volvería a Madrid hasta 1939, tras la caída de la capital en manos del ejército de Franco.

Entretanto, en noviembre de aquel mismo año 36 su hermano Antonio, con parte de su familia, tomaría el camino de Valencia, protegido por el gobierno republicano que abandonaba precipitadamente el Madrid sitiado. Pero a diferencia de Manuel, él no tornaría nunca al amado «rompeolas de todas las Españas» en el que desde niño se había formado bajo el aliento pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza. Después de pasar en su huida por tierras catalanas, acabaría muriendo en el exilio de Collioure, fundido en lo más hondo con los días azules y el sol de su infancia sevillana, no sin haber pagado también algún peaje lírico al ideario comunista de los vencidos y a la pistola de Líster. Envueltos en aquella vorágine fratricida, nunca volverían a encontrarse ni a hablar ni siquiera por escrito aquellos dos hermanos que tantos avatares habían vivido juntos. Y jamás lograremos saber lo que se podrían haber dicho o reprochado el uno al otro en un hipotético reencuentro que nunca tuvo lugar.

La ficción literaria, con su capacidad para alumbrar el mundo de lo imaginario, ha hecho, sin embargo, posible ese inexistente diálogo entre los dos en un emotivo texto teatral que me ha facilitado generosamente mi colega universitario y buen amigo Jacques Issorel, el notable hispanista francés estudioso de Fernando Villalón y de los últimos días de Antonio Machado en el exilio. Con el título de ‘Los hermanos Machado’, es obra del dramaturgo aragonés Alfonso Plou, vinculado al Teatro del Temple, y fue estrenada en Zaragoza en noviembre de 2020 y representada en junio pasado en el madrileño Teatro Fernán Gómez.

Se trata de una ficción coral, de una secuencia de tiempo con quince ‘estaciones’ que son otros tantos episodios de la vida de los dos hermanos reproducidos en la casa familiar que los Machado dejaron en Madrid cuando Antonio, su madre y su hermano José con su esposa Matea y sus dos hijas salieron para Valencia en el convoy organizado por el gobierno en retirada. En ese escenario doméstico cargado de recuerdos los dos hermanos —Antonio ya muerto y Manuel todavía en vida— entablarán cara a cara una dramática pugna dialéctica, un angustioso debate derivado de sus respectivas opciones en el conflicto civil que acababa de vivir España. Dos opciones sometidas, tal vez por razones de eficacia teatral, a un casi inevitable esquematismo, sin duda el punto más débil de esta audaz figuración escénica que no obstante parece animada por un encomiable propósito de concordia.

Ninguno de los dos poetas eludirá la dureza verbal contra el hermano. Si para Antonio aquella guerra había sido el efecto inmediato de un incuestionable ‘golpe de estado’, Manuel, que querrá atenuar su gravedad llamándole tan sólo un ‘alzamiento’ ,la atribuirá a la mala política de la República. Antonio, recordándole al hermano su pertenencia a la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, le recriminará sus loas en verso al ‘caudillo noble y valiente’ y denunciará la filiación fascista de los sublevados, añadiéndole ásperamente: «Y si no lo sabes, o eres un ignorante o, lo que es peor, un hipócrita». A lo que Manuel, reprochándole al autor de ‘Campos de Castilla’ la incongruencia entre su conocido perfil liberal y su supuesta fe bolchevique de última hora, le responderá con ironía : «Sí, y tú un fanático comunista».

Lejos de toda pretensión de equidistancia —pues en su mensaje se explicita la superioridad moral de la opción de Antonio sobre la de Manuel—, esta interesante propuesta teatral parece tener sin embargo, más allá de su significado ideológico, un componente simbólico extensivo al perfil de la España que les tocó vivir. La aspereza de aquel conflicto verbal entre hermanos que en realidad nunca existió convive por fortuna, gracias a la magia del teatro, con una aproximación cálida y humana a aquellos dos seres que fueron arrastrados, como tantos españoles de entonces, por el mismo turbión cainita. Un valor ciertamente a realzar en el texto de Plou en medio del reiterado y creciente sectarismo de hoy.

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