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Rebujos

Ni aquello era un tinto casado con Casera, ni aquello era una Casera casada con tinto. Era, simplemente, un horror

El rebujito se ha hecho imprescindible en la Feria J. M. SERRANO
Antonio García Barbeito

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Decían que podía con todo. Era un chaval de doce o trece años y se apostaba, con cualquiera que se lo pagara, que era capaz de beberse la mezcla de bebidas más espantosa. Dicen que Domingo, que así se llamaba aquel chiquillo, y así se ... llama el hombre, amigo mío al que nunca, por cierto, se lo he preguntado, era capaz de tragarse un vaso que tuviera una mezcla de vino blanco, negro, vermut, coñac, aguardiente, menta y lo que hubiera a mano en el bar, que las apuestas fueron siempre en un bar. Digo apuesta porque era un pulso que Domingo le echaba a quien le pagara aquel brebaje, aquel horror líquido, policromo y, seguro, maloliente y de sabor inimaginable. De Domingo me acordé la primera vez que oí hablar, en la Feria de Sevilla, del ya famoso rebujito, porque pensé que se lo tomaría como un vaso de agua, de tan hecho a haberse bebido lo que hemos dicho más arriba.

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