Tribuna abierta
El sacristán de Iglesias
Quienes dicen que Sánchez no es del PSOE sino de él mismo no parecen muy desviados de la razón
Luis Marín Sicilia
Todas las Iglesias tienen un sacristán. El sacristán es responsable de ayudar al sacerdote en los servicios litúrgicos y en el ornamento y limpieza del lugar de culto. Para poder ser sacristán es preciso prestar servicios a un estamento inspirado en sentimientos religiosos o espirituales. ... Hay filosofías políticas que, exacerbando sentimientos, se han asimilado a religiones dogmáticas. Una de ellas, según acredita la historia, es la encarnada en el comunismo de origen marxista y praxis leninista. La formación de un Gobierno de coalición en España, en la que el socio minoritario tiene un basamento ideológico de raíz comunista, plantea la duda de si en el mismo prevalecerá esta ideología o por el contrario se impondrá la de un socialismo democrático que en España, con políticas de corte socialdemócrata, ha prestado grandes servicios en la modernización y el avance social de nuestro país.
Algunos acontecimientos recientes pueden aclararnos por dónde se decanta el Ejecutivo, tales como la ley educativa, que atenta a los principios constitucionales de libertad de enseñanza; la llamada Comisión de la Verdad, que pretende instaurar una especia de censura a la libertad de prensa y de expresión, y los intentos para mediatizar la independencia judicial a través de proposiciones legislativas que afectan a la Constitución y competencias del Consejo General del Poder Judicial. A ello se une el doble juego que el Gobierno se trae con la Monarquía, jugando el vicepresidente Iglesias a poli malo y el presidente Sánchez a poli bueno. Este doble juego resulta nauseabundo porque está afectando a la institución básica de la unidad y permanencia del Estado.
El 15 de diciembre de 2016, el difundo líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, declaraba a Susana Griso que había advertido a Pedro Sánchez de los riesgos de formar gobierno con Podemos, apoyados por todos los variopintos independentistas. El argumentario de Sánchez consistía en que «si nos sentamos con los malos, a lo mejor los hacemos buenos», a lo que su interlocutor advertía de que «corremos el riesgo de que no se hicieran buenos y nos hicieran malos a nosotros». A partir de esa conversación Sánchez dejó de hablar con Rubalcaba, según cuenta este a Griso.
A tenor de los acontecimientos, y utilizando el argot de Rubalcaba, parece que los «malos» le van ganando la partida a los «buenos», máxime después de oír expresarse a los socios separatistas y populistas de Sánchez exigiendo, como Rufián, que «tiene que pactar con el republicanismo independentista vasco y catalán si quiere seguir en la Moncloa». O a Otegui justificando su apoyo a los Presupuestos«para acabar con los fascistas españoles y para romper España y hacer una república roja y laica». Y sobre todo, lejos de expresar su rechazo a tales pretensiones, oír al vicepresidente Iglesias darles la bienvenida y felicitarlos porque «se han incorporado a la dirección del Estado», y aún peor, calificándolos el presidente Sánchez de «valientes» y «patriotas». ¿Valientes por tachar a los españoles de fascistas? ¿Patriotas por pretender romper la unidad de la nación española?
Sin duda, la sensación generalizada es que la ruta de los temas trascendentales para el futuro del país la va marcando el socio minoritario del Gobierno, lo que resulta inconcebible que marque la agenda un partido de solo 35 escaños, apoyado apenas por un 11 % de la ciudadanía, con tres o cuatro procesos judiciales en curso y que está dañando gravemente las relaciones internacionales y las políticas migratorias. Esa sensación de entrega a políticas radicales de izquierda está provocando la huida del PSOE de los sectores socialdemócratas, alarmados ante la repetición del error del socialismo radical que quedó prisionero del comunismo, tal como la triste historia de España tiene acreditado. No en balde, ese tremendo error le hizo pedir perdón en su exilio a Indalecio Prieto, porque el Gobierno del frente popular quedó a merced del Partido Comunista, lo que le hizo implorar, antes de morir, que «con los comunistas, nunca más».
Quienes dicen que Sánchez no es del PSOE sino de él mismo no parecen muy desviados de la razón. Ningún presidente de ningún país del mundo hubiera permitido que, desde el propio Ejecutivo, se esté desestabilizando la institución de la Jefatura del Estado. Nadie entiende esa campaña del socio minoritario del Gobierno, con amplio despliegue en todas las televisiones, para desacreditar a quien, como tanto miles y miles de ciudadanos, ha regularizado sus problemas con Hacienda. Y menos aún entienden la pasividad del presidente del Gobierno, que ni siquiera muestra su rechazo explícito a ese abominable vídeo lanzado por el partido con el que gobierna, confundiendo nuestra Monarquía con narcodictaduras. No puede ponerse de perfil, ni halagar con la boca pequeña a Felipe VI, cuando sabe sobradamente que tales engendros podemitas tienen por destinatario no al Rey emérito, que ya está amortizado, sino a la propia Corona, símbolo de nuestra unidad y permanencia.
Juan Carlos de Borbón fue un gran Rey de España. Es su obra política lo que la historia juzgará. Sus debilidades humanas están teniendo y tendrán la sanción social y judicial que legalmente corresponda. Presidentes de repúblicas (Miterrand y Sarkozy en Francia, Berlusconi en Italia) fueron juzgados y condenados sin que nadie cuestionara sus respectivas repúblicas. Por ello es palpable que Iglesias y los demás socios de Sánchez buscan cargarse la Monarquía, mientras el presidente del Gobierno aparenta que el tema no va con él, en una dejación de responsabilidades escandalosa.
Los «malos» le van ganado la partida a los «buenos» como se temía Rubalcaba. Y tal como van las cosas, quedan pocas dudas de que Sánchez es ya, por méritos propios, el sacristán de Iglesias que cuida y vigila de la custodia de sus derivas sectarias. La única duda es si será un simple sacristán o está jugando a engañar a todos como el bravo sacristán que, en sentido figurado, define la Academia como un «ser muy sagaz y astuto para el aprovechamiento propio o el engaño ajeno». Por su trayectoria parece que quiere jugar a esto último, pero la experiencia, como advirtió Indalecio Prieto, puede jugarle una mala pasada, porque las quemaduras comunistas siempre dejan huellas y no precisamente positivas.
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