TRIBUNA ABIERTA
Los nuevos indignados
Ahora, los que utilizaron el enojo de los indignados para llegar al poder, han colocado sus reales en la poltrona oficial
Luis Marín Sicilia
Sábado 6 de febrero de 2021. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, llega a Barcelona para participar en un mitin de su partido. Cinco coches esperan al vicepresidente y su séquito con motivo de la campaña de las elecciones catalanas. Febrero de 1980. Con motivo ... de la campaña sobre el referéndum de autonomía para Andalucía por la vía del artículo 151, recojo en la estación de Cordoba al entonces ministro de Hacienda, Francisco Fernández Ordóñez, en mi calidad de secretario de formación de la UCD cordobesa. Tras diversos actos, culminamos la jornada en una conferencia en Priego, volviendo en mi coche a la estación de Cordoba para que el ministro cogiera el tren correo nocturno para Madrid. Al acercarnos a la taquilla para sacar el billete, Paco me dice, entre sorprendido y compungido: «Luis, ¿tu tienes dinero? Es que esto de ser ministro es una lata porque vas siempre donde te llevan y se te olvida coger la cartera». Por supuesto, sacamos el billete de vuelta que gustosamente pagué.
La anterior anécdota me ha venido a la memoria abochornado con la ligereza y la poca vergüenza con la que los que venían a regenerar la política están utilizando sin mesura ni control el dinero de los contribuyentes. En UCD se separaron siempre los actos de partido de los relacionados con la actividad oficial, a cuyas arcas jamás se cargaban los eventos partidarios. Ahora, los que utilizaron el enojo de los indignados para llegar al poder, han colocado sus reales en la poltrona oficial y se conducen, con descaro y desverguenza, cual nuevos caciques de republicas bananeras.
Los españoles somos poco dados a respetar la memoria y bastante olvidadizos. Parecemos afectados por aquella teoría de Stanislaw Lem, según la cual «nadie lee nada; los pocos que leen, no comprenden nada; a los pocos que entienden, se les olvida enseguida». De otra forma no se entendería la naturalidad con la que se olvida la tomadura de pelo con la que los actuales dirigentes se conducen, haciendo justamente lo contrario de lo que prometieron y pactando con aquellos que juramentaron que nunca jamas lo harían. El orden democrático se basa en un triple respeto a la Constitución que vertebra al país, a la Ley como norma reguladora de las relaciones sociales y a la Verdad como una coincidencia entre lo que se dice y lo que se hace. Si pasáramos por un filtro la conducta de los líderes podemitas y del presidente con el que se han encamado, quedarían atrapadas las muchas moléculas tóxicas emanadas de su comportamiento.
La deriva del actual Gobierno, empeñado siempre en la confrontación para situar en los extremos a sus adversarios, corre el riesgo de fracturar a la sociedad española, circunstancia que tiraría por tierra el enorme esfuerzo de los políticos de la Transición que interpretaron correctamente los deseos abrumadoramente mayoritarios de los españoles para superar el pasado, mirando al futuro en libertad, sin ira ni rencor. Desde aquel lamentable ‘cordón sanitario’ acordado por Zapatero para poner en marcha el tripartito que ahora pretende Sánchez reeditar en Cataluña, todo ha sido regresión de los valores democráticos. Y con el radicalismo al que le llevan sus socios de legislatura cada vez se aleja más de los valores democráticos aproximándose a ese llamado ‘gobierno de la muchedumbre’ bautizado como oclocracia, en base al cual se mantiene el poder mediante la manipulación de los sectores más ignorantes de la sociedad. Como dice Víctor Beltri, mientras la democracia se nutre del conocimiento, la oclocracia tiene como nutrientes al rencor y la ignorancia, por ello manipula, miente y enfrenta.
Por mucho que se empeñe Sánchez, es imposible plantear un futuro razonable de país con quienes, día si y día también, se empeñan en negar la nación a la que pertenecen. El mismo así lo entendía cuando, en campaña electoral, anunciaba un endurecimiento del Código Penal para sancionar cualquier veleidad secesionista. Y lo hacía con la misma contundencia con la que decía que jamas gobernaría con Podemos o que nunca hablaría con Bildu. Con el mismo descaro, suscribe ahora, prisionero de los mismos que repudiaba, un pacto que plantee algo tan inconstitucional desde un estado democrático como la autodeterminación o tan vergonzoso como la amnistía.
Lamentablemente, Pedro Sánchez ha dinamitado las señas de identidad del PSOE de la Transición, aquel que Felipe González llevó con tanta decisión y argumentos a la socialdemocracia europea. Por algo será que la valoración de Sánchez donde únicamente crece es entre los votantes podemitas y radicales de izquierda. Y para mantenerse en el poder está jugando con fuego apoyándose, por razones coyunturales y de conveniencia, en los enemigos del sistema, lo que es un elemento de inestabilidad imposible de resolver porque el populismo y el separatismo son insaciables.
La España que construyó la Transición es una España de ciudadanos libres e iguales, dentro de la diversidad propia del pluralismo político, sociológico y cultural. Como dijo Alfonso Guerra, las dos Españas quedaron enterradas en los años setenta del siglo pasado, y la generación que hizo posible la convivencia en paz no está dispuesta a permanecer en silencio mientras aquellas intentan resucitarlas gente insolidaria y mediocre. En una espléndida ‘tercera’ de ABC sobre la mutación constitucional, Benigno Pendas concluía afirmando que «algunos pretenden construir otro poder constituyente alternativo para cambiar las reglas del juego al margen de las mayorías exigidas. Pero no lo van a tener fácil. España es una sociedad más fuerte de lo que muchos desearían. Así lo demuestra siempre que hace falta». Tal como van las cosas, esa España mayoritaria es la de los nuevos indignados por los abusos, las mentiras y el despilfarro de sus gobernantes.
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