Cardo máximo
El Metro, para rezar
A Santa Rita, abogada de los casos desesperados o a San Judas Tadeo, en cuyo negociado entran directamente los caasos imposibles
Ante la ola de triunfalismo con que se ha saludado la redacción definitiva del proyecto definitivo para el tramo Norte de la línea 3 del Metro, más se acentúa el escepticismo de quien ha vivido ya muchos días históricos, ha conocido muchas reuniones negociadoras y ... muchas palabras bonitas que se las ha llevado el viento. Lo que se nos pide por parte de la Junta y el Ayuntamiento –ya veremos cuánto dura la coyunda– es un acto de fe, lo que pasa es que les da corte llamarlo así y todo lo emplazan a una reunión con el Ministerio de Fomento del que saldrá… la fecha para otra reunión técnica que dará… la fecha de otra sesión en la que los políticos discutirán y se emplazarán para cuando pasen las elecciones. No importa qué comicios sean ni cuándo. Con el Metro siempre ha sido así desde hace medio siglo…
Así pues, el Metro está para rezar a los santos. A Santa Rita, que es abogada de los casos desesperados o a San Judas Tadeo, en cuyo negociado entran directamente los imposibles. En estas cavilaciones andaba esta semana hasta que una mano amiga me facilitó 'Oraciones para rezar en el Metro', un librito de sencillas reflexiones con las que rezar que ha dado a la imprenta Miguel Oliver Román, expárroco del Corpus, canónigo y prelado de honor, responsable de la organización del congreso eucarístico de 1993 –¡ya entonces se discutía del Metro!– y hoy retirado. Viene que ni pintado.
Pero sigue conservando esa inspiración para saber qué le falta al hombre de hoy: «Hombres y mujeres del asfalto que somos, habitantes de la ciudad con sus humos, su tráfico, sus tensiones, precisamos los baños de silencio que de vez en cuando nos arranquen de nuestras distracciones y nos sumerjan en la fuente cristalina de la oración». Y así ha compuesto un volumen de bolsillo en el que ora por las familias, los niños, los viejos, los maestros, los sanitarios, las personas sin techo, los futbolistas, las mujeres maltratadas, los presos, los corruptos, los ciclistas atropellados… un poco como resulta de contemplar la vida a través de las ventanillas del metro.
Monseñor confiesa en el prólogo que le encanta viajar en el metro. «El metro se me antoja un símbolo de la vida, la vida que corre, que va hacia delante, que se mete en el túnel del tiempo y resurge en el presente, que bordea el espacio y llega puntual, rápidamente, sin brusquedad». Pero hasta que echa a andar...
El vagón del tranvía, en el que monta dos veces al dia, se le figura una iglesia pequeña, luminosa, con sus ventanales a un lado y a otro donde brota la oración «sencilla, pero profunda; ocasional, pero sentida; apta para las múltiples y variadas circunstancias. En el metro de la vida viajamos hacia Dios».
¿Van a empezar las obras del Metro este año? Seguro que don Miguel tiene la respuesta apropiada: cuando Dios quiera… y los políticos se dejen de enredar.
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