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Lejos de la corte

No hay que remontarse demasiado para encontrar el destierro de Isabel II en el Alcázar como precedente

Javier Rubio

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La solidez de las instituciones se manifiesta en su perdurabilidad más allá de las personas que las encarnan. La triste marcha de Don Juan Carlos camino de un país extranjero es el epítome del sacrificio que se le impone a los primeros servidores de la ... Corona precisamente para preservar a ésta de los escándalos en los que a título privado pudieran quedar enredados. En el momento en que enjareto estas líneas, con el comunicado de la Casa Real recién salido del metafórico horno del teletipo, es difícil sustraerse a la sensación de decepción que embarga la tarde: el terrible desencanto de ver cómo una ejecutoria institucional intachable durante cuatro décadas de servicio a la nación queda emborronada por un desagradable comportamiento personal al que no hay que buscarle excusas. La virtud del gobernante es materia exigible en todas las facetas de su vida, en las que se demanda una perfección de índole moral como corresponde a la categoría del cargo que se ostenta. La agonía calderoniana entre la libertad personal y la sujeción a lo que está dispuesto que aletea en el Segismundo de «La vida es sueño» es un espejo en el que debieran mirarse los príncipes en el trance de sacrificar su vida privada en el altar de la responsabilidad patria. Ahora, Don Juan Carlos pondrá tierra de por medio. No es nueva la situación ni en la historia ni en la dinastía reinante.

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