Eutanasia, buena muerte y dignidad al final de la vida

Es preciso desarrollar programas de atención paliativa que permitan un adecuado cuidado de las personas enfermas al final de su vida

Fernando M. Gamboa Antiñolo

Desde la antigüedad, expresiones como «morir bien después de haber llevado una vida placentera», «muerte perfecta», «morir con valentía y nobleza», «morir sin sufrimiento» o «buena muerte» ya hacían referencia a la eutanasia. Es una paradoja relacionar buena muerte y eutanasia. En un intento de ... huir del sufrimiento asociado a la enfermedad, el deterioro funcional y cognitivo, o la dependencia, el hombre ha buscado formas de alienarse o escapar. La forma extrema es buscar la propia muerte.

Se define eutanasia como una conducta realizada por personal sanitario con la intención de causar la muerte de una persona con enfermedad incurable, en el contexto de sufrimiento y tras una solicitud voluntaria de forma reiterada por parte de ésta.

Eutanasia activa, pasiva, directa, indirecta… son diferentes apelativos que se han usado y llevan a la confusión. La eutanasia es un acto para provocar la muerte de otro, es activa. Sin embargo, evitar la obstinación terapéutica, limitar o adecuar las medidas a la situación del paciente, aplicar cuidados paliativos o sedar si está indicado, no es practicar la eutanasia.

El deseo de adelantar la muerte es un problema ampliamente estudiado, que hace referencia al deseo de no sufrir, a la pérdida de autonomía, al miedo a depender de otros, a la muerte o a lo desconocido. Atendemos a muchas personas que piden no sufrir, es lógico. El tratamiento del dolor se ha consagrado como derecho. Pero también hay pacientes que piden acabar con su vida. En ocasiones, esta petición se asocia a depresión, pero otras veces no, y fluctúa con el paso de los días. Se asocia a la pérdida de sentido de la vida. Pero cuando un enfermo se trata de forma adecuada y se encuentra apoyado, no sólo deja de pedir la muerte, sino que pide volver a su entorno y seguir viviendo.

Corren tiempos de cambio. Vivimos en una sociedad anestesiada. La muerte es un tabú. Todo lo queremos rápido, sin esperas y sin esfuerzo. Pero la maduración precisa de tiempo y de momentos de crisis que nos generan dolor. Pasamos de una sociedad comunitaria a una sociedad de «singles», donde el individualismo y la autonomía moral son los referentes. Vamos a una sociedad de personas mayores, y las estadísticas nos dicen que muchos de ellos se resignan a morir solos.

Son muchas las encuestas publicadas que hablan de una demanda social de la eutanasia. Sin embargo, en la experiencia profesional no es real esa demanda. Todo depende de cómo se pregunte. La población solicita no sufrir, evitar la muerte con sufrimiento y con medidas desproporcionadas, pero eso no es eutanasia. Atender a alguien así, con una atención clínica centrada en la persona, ofreciendo los tratamientos y cuidados que necesita, con acompañamiento adecuado hasta el final de su vida es hacer buena práctica clínica.

La propuesta legislativa presentada por el grupo socialista el 24 de Enero de 2020 al Parlamento de España plantea la eutanasia como un derecho de los individuos. Pero, es aún más significativo, que la eutanasia se redimensiona, al incluir en este concepto «una enfermedad grave, crónica e invalidante con sufrimiento insoportable», lo cual es difícil de objetivar mediante parámetros bien definidos.

Muchas veces se ha orientado la oposición como una respuesta regresiva desde la Iglesia. Es un debate abierto en todos los frentes. Es un problema de valores y también de normas. Hay quien es partidario de promover su regulación. Hay quien es partidario de no penalizar la eutanasia, pero nunca de reconocer la eutanasia como derecho. Muchos, no somos partidarios de que se regule de ninguna forma la posibilidad de que alguien (paradoja: ¿un profesional de la salud?) esté capacitado legalmente para producirle la muerte a una persona.

Es preciso desarrollar programas de atención paliativa que permitan un adecuado cuidado de las personas enfermas al final de su vida. Y no hay duda de que es necesario crear redes de acompañamiento. Estrategias como ciudades compasivas, la pastoral de la salud o las diferentes formas de voluntariado se han mostrado eficaces.

En resumen, aparece una defensa a ultranza de la dignidad de la muerte, perdiendo de vista que lo importante es defender la dignidad de la vida. Todos nacemos dependientes y muchos, al final de sus días, presentan dependencia completa. Pero tenemos una vida que podemos cuidar y cultivar, aun en aquellas situaciones límites donde parece que la humanidad, la dignidad, la vitalidad se han perdido. La respuesta depende de todos y cada uno de nosotros.

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