Quemar los días

Fundido a negro

Los filtros de Instagram conseguían cosas maravillosas, y a fin de cuentas todo dependía del encuadre

Se abrió la cuenta en Instagram por pura alcahuetería. Enseguida comenzó a seguir a toda la gente que conocía: amigas, conocidas, sus ex, el chico del Instituto -su crush- que le había gustado de más pequeña. Pero inevitablemente acabó pasando a la acción. Los filtros ... conseguían cosas maravillosas, y a fin de cuentas todo dependía del encuadre. De modo que se estrenó con una foto en un probador del Bershka, con una faldita corta y un short que le realzaba considerablemente el busto.

Por aquel entonces, tenía sólo un centenar de seguidores, pero aquella foto le hizo ganar bastantes followers. Casi sin darse cuenta, de un día para otro, duplicó su volumen. Y entre ellos estaban, qué maravilla, varios de sus ex y hasta su antiguo crush.

Su cifra de seguidores seguía creciendo a un ritmo razonable. Sus últimas fotos de primer plano (guiñando un ojo, sacando ligeramente la lengua, con un filtro arcoíris en las pupilas) le habían permitido seguir escalando. Pero entonces llegó el fastidioso verano. Las cosas en casa, después de que papá se hubiera quedado sin trabajo, no iban bien de dinero, así que tocaba quedarse en la ciudad todas las vacaciones. Cómo competir con Laura, que había viajado a la Riviera Maya, o con Montse, que estaba en Roma con sus padres, o incluso con la estúpida recatada de Sonia, cuya familia había alquilado una casa de campo en Galicia que parecía de cuento de hadas. Los selfies en la piscina comunitaria resultaban vulgares y anodinos. En consecuencia, su progreso de seguidores se resintió. Todo lo contrario de lo que le estaba ocurriendo a Laura, o a Monste, o incluso a la monjil Sonia, cuya cifra de amigos había superado sorprendentemente los 1.000.

La niña no estaba bien, dijo su padre. Se encerraba en su habitación con el móvil todo el día, y apenas comía. Parecía estresada, deprimida. Pero cuando su madre se preocupó de veras fue cuando comprobaron que toda su piel se había plagado de eccemas, manchas rojizas salpicadas por toda su piel.

Ella continuaba encerrada en su cuarto. Una foto en tanga le hizo ganar más de doscientos seguidores, lo que la ilusionó durante un par de días, pero cuando volvió a intentarlo las manchas ya se esparcían profusamente por sus nalgas. Ante el cerco de las pústulas, fue limitando el encuadre. Escorzándose, conseguía que no se distinguieran los escandalosos sarpullidos de su brazo izquierdo. Las manchas estaban ya en el cuello, así que se centró en el rostro. Pero los eccemas acabaron apareciendo en la mejilla, en la barbilla, por la frente. La penúltima foto del verano era un iris fotografiado muy de cerca; la superposición de vetas castañas semejaba un lodazal. La última de todas era totalmente negra. Pertenecía al interior de la pupila. Muchos seguidores dejaron comentarios a aquella foto. Preguntaban si estaba de luto, si había perdido a alguien. Aún siguen esperando su respuesta.

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