Quemar los días

La cacería

Berlanga fue un visionario en muchas cosas, y una de ellas fue detectar que en el ecosistema político español el chófer ocupaba un lugar primordial

Chus Lampreave, Luis Escobar y Agustín González, en una escena de «La escopeta nacional» ABC

El camino más directo para entender España es ver las películas de García Berlanga. Y por delante de todas ellas, «La Escopeta Nacional». Recientemente, tuve ocasión de volver a ver la «Trilogía Nacional», y me sorprendió su enorme modernidad. Por encima del contexto histórico, apegado ... a la Transición, sigue siendo un tríptico muy actual. Absolutamente recomendable, de hecho, para comprender todo lo que está pasando ahora en nuestro país.

Hoy, los catalanes acuden a las urnas. Mucho de lo que se decida en estas elecciones determinará el futuro de la política española en los próximos meses. En estos días he estado leyendo «El hijo del chófer» (Tusquets), de Jordi Amat, una implacable, vibrante y desoladora crónica de la deriva catalana desde los años del tardofranquismo hasta hoy, a través de la vida del oscuro periodista Alfons Quintà, hijo de Josep Quintà, chófer del escritor Josep Pla y testigo y confidente de muchos de los desmanes financieros, políticos y mediáticos que cristalizaron en esa cosa áspera y desabrida llamada «procés».

Más allá de la cuestión nacionalista, me ha sorprendido encontrar tantas analogías entre la historia de la política catalana reciente que cuenta Amat y la que hemos padecido en Andalucía. Hay similitudes en cuanto a comportamientos, una suerte de talante común entre los dirigentes catalanes y los que han gobernado Andalucía en décadas anteriores, mezcla de altivez, impunidad, obsesión por el poder y laxitud moral. Por establecer paralelismos más concretos, aquí también tuvimos nuestro propio chófer, en este caso Juan Francisco Trujillo, chófer del malogrado Francisco Javier Guerrero, más conocido como «El chófer de la cocaína».

En la «Trilogía Nacional», la figura del chófer, y a la sazón criado y solucionador, representada por el inmortal Luis Ciges, es determinante. Berlanga fue un visionario en muchas cosas, y una de ellas fue detectar que en el ecosistema político español el chófer ocupaba un lugar primordial. Pero si algo nos enseña de verdad «La Escopeta Nacional», la primera película de la trilogía, es que España es refractaria al cambio. El industrial catalán (imborrable «Saza») invita a una cacería a todas las fuerzas vivas de la nación. Entre ellos está el ministro de Fomento, a quien pretende convencer de la necesidad de invertir en llenar el país de porteros automáticos. Al final de la película, cuando el negocio ya está casi hecho, el ministro recibe una llamada del presidente: es destituido telefónicamente. Pero «Saza» no debe preocuparse: en su lugar, de inmediato, otro político que también participa en la cacería es llamado a ocupar su puesto. La moraleja de Berlanga es demoledora: todos los políticos son intercambiables, porque forman parte de la misma cacería.

No es difícil imaginar quiénes son los cazados.

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