Tribuna Abierta
«La Historia no se repite, se obceca»
Les ha dado por hablar de la NASA española a quienes no son capaces de llevar un ferrobús a Extremadura
Carlos del Barco
Acomplejados, posibilistas, tibios y relativistas ante el mito falsario de la superioridad moral e intelectual de la izquierda pueden constatar cuando gusten, o cuando dejen de pedir firmas, la urgencia perentoria de dar cada día la batalla cultural, las de los principios y las ideas, ... ésa de la que dimitió hace mucho tiempo tanta derecha desorientada y ayuna de pulso y argumentos, porque España es hoy más que nunca un ejercicio de supervivencia frente a la agresión contumaz desde tanto flanco.
Constitucional, territorial, político, institucional, moral, educacional, religioso o de costumbres acendradas por su raigambre y utilidad social, el ataque es de tal magnitud que cabría la tentación de claudicar por agotamiento ante la estulticia si no fuera porque lo que hay en juego es la propia existencia de la Nación y su viabilidad como proyecto sugestivo y compartido de vida en común de muchos siglos, como defendía Julián Marías.
Cervantes, Galdós, el Plateresco, Juan Belmonte, Tartessos, San Isidoro, Valle-Inclán, Séneca, la Institución Libre de Enseñanza, Valdés Leal, los Machado, Berruguete, Recaredo, Colón, Adriano, Séneca, Felipe II, Averroes, El Cid, el Camino de Santiago, Pizarro, la Escuela de Salamanca, Quevedo, Maimónides, Garcilaso, Fernando III, Blanco White, América, Alfonso X ‘El Sabio’, Cisneros, Juan Ramón, Rosalía, Sefarad, las Leyes de Indias, Jovellanos, Fray Luis, Curro Romero, Carlos V, Ortega, Lepanto, El Escorial, Goya, Pepe Luis, Unamuno, Vandelvira, Elcano, Lope, Santa Teresa, Vargas Llosa, España, y así una década y no se acaba. Y la nación es algo discutido y discutible. «¿Pedro, tú sabes lo que es una nación?», le preguntó ‘Pachi’ López, hoy tan pastueño como Juan Espadas, dócil como todos, dimisionarios en su vocación nutricia.
Los indultos y la genuflexión ante la ETA como acrisolada quintaesencia del separatismo ventajista, disgregador y rupturista no son origen de nada, son consecuencia de la pereza negligente y acomplejada, de esa modorra entre molicie y social-democracia que ha sido el caldo de cultivo, el abono de una política destructora de todos los diques políticos, institucionales y morales de los que España se dotó en su Constitución de 1978, con la Monarquía de todos a la cabeza: por eso está en el punto de mira, en el objetivo de la humillación de una firma.
El barranco al que dice que se tiraría el asesor de Sánchez con su ‘conducátor’, y hasta con la nueva Elena Ceaucescu, obsesionados con títulos académicos con la misma validez que los de la pareja de Bucarest, le daría exactamente igual a una inmensa mayoría de españoles si no la arrastrara con la misma soga hacia donde no tiene el menor interés en ir porque nunca lo tuvo y nunca supuso estar en manos de semejante tropa de aventureros y desaprensivos.
Una mayoría moderada, templada y a lo suyo que está harta de ofensas gratuitas, encrucijadas maniqueas y una retahíla insoportable de vaciedades, lugares comunes e imposiciones que se compilan todos en las mamarrachadas futuristas del 2050: de tanta cohetería, se les ha debido ir la mano y les ha dado por hablar de la NASA española a quienes no son capaces de llevar un ferrobús a Extremadura.
Giovani Sartori explica que el poder supremo del Leviatán, según Hobbes, radicaba en decidir el significado de las palabras y George Orwell estableció precisamente 2050 como la fecha en la que la neolengua quedaría definitivamente adoptada sin prever o siquiera imaginar lo de hoy, lo de las Monteros, Calvo, Garzón, Yolanda Díaz, los transparentes y traslúcidos como Castells o el astronauta y, sobre todos, Sánchez y su Iván de cámara.
Las libertades, como en ‘1984’, tienen el significado que los arúspices de La Moncloa deciden y, como mantiene el gigante de Florencia, no se aplican a la política o al intelecto, sino a lo que ellos digan, es decir, existe el concepto pero para decir, por ejemplo, que “el perro está libre de pulgas”, como con la concordia, los indultos, la ley y todo lo demás, el argumentario de todo un ejército claudicante de corifeos y feas.
La concordia es concordar con los enemigos de la Nación; la cohesión, adhesión; la paz, claudicación; el mal pasado, todo lo que no es ‘Su persona’; el futuro mejor, el que va de su mano; y todo lo demás, una ciclópea falacia, una letanía somnífera de mentiras.
Ya no es el «desordenado politeísmo de divinidades menores» del que habla Sartori para definir el extravío del ‘homo ideologicus’ que ha perdido su biblia marxista, es la entronización de la mentira hasta la extravagancia y la falta de respeto a la inteligencia de los ciudadanos hasta la náusea.
El viejo Leiston, el gran personaje de Caballero Bonald en ‘Toda la noche oyeron pasar pájaros’, afirmaba en su lucidez brumosa de oloroso y escepticismo que «la historia no se repite, se obceca».
Y eso es lo que le pasa a ese partido sobrevalorado, el mismo que amnistió a los separatistas catalanes que le acompañaron en su golpe de estado a la República en 1934, ése del que nunca habla la lumbrera de Cabra porque es el de hoy, el PSOE de siempre, el de la misma obcecación liberticida de ahora por mucho que algunos se hagan los indignados: los del único y muy matizado paréntesis están amortizados, no cuentan para los nuevos ‘Jóvenes turcos’.
Carlos del Barco es periodista
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