Black Friday, Viernes morados

—¿Black Friday? ¿A mí me vas a venir tú presumiendo de Viernes, en esta Sevilla en la que, si sabemos de algo, es precisamente de Viernes?

Como si fuera un hermano del Señor que va en la legacía de cada Madrugada, pido ahora la venia a mis citados amigos macarenos para decir: ¡A nosotros nos van a hablar de Viernes! Los que tanto anuncian el Black Friday se olvidan de los Viernes morados, de los Viernes del Señor, y no hay qué decir qué Señor es, del Gran Poder devocional que tiene. En la Plaza de San Lorenzo siempre es Viernes a los pies del Señor. Es tan importante el Viernes en Sevilla, y no hablo del Black Friday, sino del Viernes Santo, que por ejemplo el cielo se ha quedado para siempre Azul Carretería. El que pintó Murillo, el que pintó Velázquez. Y siempre es Viernes de Madrugada en el atrio de la iglesia de San Antonio Abad, atestada de gente para encender velas a San Judas Tadeo y que en cambio, dentro del templo, ay, tienen siempre más solo que la una (hora de la saeta de Manuel Centeno a la Cruz de Guía) a Su Divina Majestad en manifiesto y al Primitivo Nazareno, que en la dualidad de Sevilla lleva el santo madero al revés que el Señor de San Lorenzo.

Así que a Sevilla le vas a hablar tú de Viernes... O incluso de Black Friday. Si en San Lorenzo siempre es Viernes ante los pies del Señor, en Sevilla siempre es Black Friday, porque esto está perennemente de rebajas, cada vez más tirado, degradado, adocenado, envilecido. Por ejemplo: no hay donde merendar o tomar el té con pastas por la tarde. De desayunar hay todos los cientos de bares que quieras, y te sirven el mollete y el integral, la andaluza o la viena, con manteca colorá, con aceite, con lo que quieras. Hasta con tomate machacado, que no es otra cosa que el «pantumaca» de los catalanes. (Que digo yo que igual que las empresas se van de Barcelona por canguelo ante los independentistas, aquí deberíamos de dejar de tomar «pantumaca» en el desayuno de los bares. ¡Que se lo tome Puigdemor de la Pradera! Al sevillano le encanta desayunar en la calle; desayunar, porque merendar, destruido el salón del Hotel Inglaterra, cerrada Nova Roma, vuelta Ochoa una triste caricatura de sí misma tras el fuego, sin veladores en La Campana, no tienes dónde. Ha resucitado el Horno de San Buenaventura de la esquina de la Punta del Diamante en forma de La Canasta malagueña. Y allí sí se puede merendar con un cierto refinamiento, aunque con bulla para coger mesa, por la novelería sevillana. Una lectora me comentaba allí su satisfacción por haber encontrado, por fin, dónde merendar en Sevilla y me preguntaba:

—¿Sevilla ha estado siempre tan degradada, tan venida a menos y tan ordinaria?

—No, señora, todo lo contrario. Tenga en cuenta que en los años del hambre, con cartillas de racionamiento, se abre en la esquina de Tetuán con Rioja el Gran Britz, que le ganaba en refinamiento y lujo al Café de la Paix de París.

Padecemos una Sevilla «low cost» recomendada por «Lonely Planet», que nos trae un turismo chungaleta, no clientes con dinero del Alfonso XIII, los que almuerzan cigalas de tronco en La Isla. Tenemos una Sevilla continuamente en oferta, en rebajas de un eterno Black Friday. No hace falta que vengan los hinchas del Liverpool para que pongan la plaza de San Francisco hecha una pocilga. La movida de Viapol pone aquello todas las semanas mucho peor. Y es por lo que digo: porque Sevilla, ay, está tan degradada que se ofrece cada día del año en un lamentable Black Friday de sí misma.