El teatro feminista de Calviño

La ministra humilló a la mujer a la que obligó a subir a la tarima para hacerse la foto

El desaire de Nadia Calviño a los empresarios quitándose de la foto en la que ella era la única mujer es una impostura políticas bochornosa. Sobre todo porque la ministra sí se hizo luego el retrato junto a una señora cuyo nombre ni preguntó —era ... secretaria de la asociación convocante— y en cuanto sintió el flash se marchó con los caballeros dejando tirada a su coartada. Este feminismo de postureo denigra a las mujeres de forma inmisericorde. La escena de Calviño con Sara Molero, que así se llama la compañera de foto a la que humilló, es un icono del feminismo líquido, el de las cuotas, el que reivindica la igualdad cosificando a las mujeres. Molero no posó porque le correspondiera por su cargo, sino simplemente por su sexo. Calviño no le estaba reconociendo su valía, como demostró al bajarse de la tarima ignorándola con total displicencia. Sólo la necesitaba para justificar sus proclamas hueras. Como mero monigote. La usó y luego la tiró.

Posteriormente, envuelta en las jaculatorias de la izquierda guay y embriagada por los ensalmos a su valentía, se atrevió incluso a declamar esto: «A las mujeres se nos tiene que escuchar». Tiene razón la vicepresidenta. Lo que pasa es que ella ni escuchó ni miró a Molero. Porque su discurso es tan etéreo y tan inconsistente como sus actos. Por su puesto que la igualdad real sigue siendo uno de los grandes retos sociales actualmente y que aún hay que avanzar mucho. Claro que hay que equilibrar la presencia de las mujeres en los actos de poder. Pero la imposición de cuotas es muy contraproducente para conseguir esta meta porque con ellas las mujeres nunca pueden saber si están ahí por su capacidad o por necesidades del guion. Siempre les quedará la duda. Y además no serán pocos los casos en los que la simetría de sexo deje fuera de la foto a mujeres mucho mejores sólo porque tiene que haber la misma cantidad de señores que de señoras. Esta batalla cuantitativa es surrealista porque atenta contra la esencia de la igualdad, que no hace distinciones de sexo, raza, ideología o religión. El igualitarismo asfixia al mérito.

La impostura de Calviño ha sido tan descarada que resulta desoladora. Estas sobreactuaciones sólo sirven para enseñar las cañerías del marketing político, basado en la apropiación indebida de todos los supuestos clichés del progreso. No se es feminista por decirlo. Menos aún por ser de un determinado partido. Los progres piensan que tienen que salvar del patriarcado a las mujeres de derechas, es decir, se consideran superiores, lo que supone un paradójico caso de machismo. Pero la igualdad no se logra hablando con lenguaje inclusivo ni poniendo el mismo número de mujeres que de hombres en una foto. Se logra respetando a las que piensan distinto, a las que tienen un cargo inferior y a las que luchan por alcanzar sus sueños por mérito propio, no para cubrir una cuota. Calviño huyó de la foto machirula y de la mujer que puso luego como jarrón. Y en ese postureo evidenció la única ideología que guía a los miembros de este Gobierno: el teatro. La mentira.

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