DE RABIA Y MIEL
Reservado en Maquiavelo
Conque ser rojo era esto, no ponerte rojo delante de todos estos tiesos de bolsillo y de alma. Nuestra gente. La gente
Quién pudiera ser secretario de organización del PSOE y llegar a la ciudad de los cielos tangibles con una Visa llenita de 'moni'. Taco gordo, taco aplastado. Mirar el Puente del Centenario y decir los huevos de mi cuñado, que levantó aquello él solito. ... Pisar Sevilla y pensar en Rinconete y Cortadillo como dos aficionados, novatos que mangoneaban minucias, que no sabían llevárselo calentito y a lo grande, como los tres Mosqueperros. Quién pudiera dejar las maletas en el Hotel Inglaterra o en el EME y lanzarse a esas calles alegres por las que pasean esos andaluces tan salados que se pensaron que tras echarnos de San Telmo iban a tener que dejar de agarrarse las carteras.
Cumplir con el partido, ir a un acto a aplaudir, saludar a los vasallos que besan por donde pasa el gran hombre de las sombras, el manijero. Por ahí va Súper Santos. Ponernos estupendos, levantarnos de las sillas cuando se hable de los ERE, que no existieron, que se los inventaron los canallas de la toga. Hacer hambre mientras se le pasa la mano por el hombro a los militantes, corderillos inocentes, borrachos de siglas, envenenados de fanatismo, que chupan autobús con toda su buena fe y entregan su sábado, qué tiernos, por un bocatita de mortadela. Que de repente, en una iluminación divina venga a la cabeza una reflexión bastarda: Conque ser rojo era esto, no ponerte rojo delante de todos estos tiesos de bolsillo y de alma. Nuestra gente. La gente.
Borrar de un plumazo esa sombra oscura del remordimiento e irse a almorzar a un buen sitio. Pongamos que a uno de esos señoriales a la verita del Guadalquivir. Mirar desde el ventanal el río, contemplar la Torre del Oro y que en ella se refleje una punzada. Suele pasar cuando estás en estos sitios, en estos momentos de gloria. Quién se lo iba a decir a un electricista de Milagro, a ese chiquillo menudito, entrado en carnes. Pues sí, aquí estoy, con el mundo a los pies, con la tierra de mi señora, la Paqui, postrada ante mí. Por ahí andará ella, en el Duque, acompañada por algún dependiente avispado con ganas de hacer carrera. Venid ahora, cabrones, empatadme. Esto merece que brindemos con los postres. Por Antxón, por mí, por la madre que me parió.
¿A dónde? ¿Enfrente? ¿Cómo se llama? ¿Maquiavelo? Jajaja. Venga, vamos. Dicen que él no dijo lo de que el fin justifica los medios. Me da igual, ya lo digo yo. Pon aquí de beber, que no falte de nada, que nos lo hemos ganado. Mira, mira lo que es esto. Lo que nos merecemos, ni más ni menos. Gente guapa, joven, moderna, pechos operados, trajes ceñidos, cuero negro. Dile a esa que si quiere una copa. Tú no te cortes, pide por esa boca. Vamos, vente arriba. Cae la noche, suena Ricky Martin, esa de la mordidita. Es graciosa, por sarcástica, la vida a veces. Anda, chaval, tráete el datafono. Y no lo olvides, que nunca, nunca, nunca, te quiten lo bailado.
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