Sevilla al día

El preámbulo de las rutinas

El ecuador de agosto para los municipios que rompen como olas en esta orilla divina, a los pies de un Giraldillo y una Catedral que hacen las veces de faro

Es una continuación de campanas, despertadoras analógicas del tiempo, gallos de hierro, las que sacan del letargo a la vieja ciudad, conquistadora de sueños recurrentes, en mitad del mes de su soledad. Ráfagas de un sonido de lejos, antiguo, retazos de una tradición basada en ... la interrupción del descanso estivo, en la peregrinación para adorar a la Patrona de un lugar que vive anclado en la ritualización de su fe, de sus recuerdos, que es adicto a una liturgia que solidifica lo líquido y lo hace piedra —adoquín— y piel —manos—. Es la explicación de ese misterio civilizatorio que convierte a las ciudades en aldeas, que purifica a los sitios y los ayuda a resistir de ese fenómeno que devora personalidades y encantos, costumbres e idiosincrasias.

No han sido tantos los días en los que han estado apartados de esta meca, pero tiene algo de extranjero, de primera vez, el andar del sevillano. Pudiera compararse con ese irrefrenable espíritu de los adolescentes atortolados que se reencuentran en el fragor del deseo, que aprenden desde distintas playas a opositar en el echarse de menos, a macerar el cariño en la distancia. Esa es la más fiable prueba del algodón de las pasiones, el pausar el hechizo para ver cuánto tiene de real, el coger impulso para cogerse con ganas.

La magia de los despertares de buena voluntad, de los madrugones que levantan al alma, los ojos hinchados de esa alegría soñolienta que dibujan los días que se marcan en los calendarios vitales. El ecuador de agosto para los municipios que rompen como olas en esta orilla divina, a los pies de un Giraldillo y una Catedral que hacen las veces de faro. La espera que recuerda a otras esperas, que tiene aires cíclicos, el rezo en el murmuro de unos labios brillantes por un sudor costumbrista, el dorado de una mañana que se levanta al ritmo de una perfección que solo se puede orquestar desde las alturas. El paseo tranquilo de familias sacadas de un cuadro de Nacho Pola. El desayuno rico y reparador para unos estómagos levantados en armas contra la plenitud de los corazones.

Por el quince son tres deseos en el preámbulo de las rutinas, en el descansillo de una normalidad que muchos juran añorar. Lo extraordinario se va ordenando a golpe de indicios, y la reorganización comienza por las devociones que nos acompañan durante el año. El camino de La Palmera es la otra peregrinación, el otro protocolo de este océano existencial. La ilusión renueva contrato y ha llegado a un acuerdo con el casero de la esperanza. Otro curso también estrenan los sevillistas que se reunirán hoy frente al televisor. Vendrán los domingos ceremoniales y con ellos los lunes de pullas, las rivalidades que le dan vida a la vida, que hacen encajar como piezas de puzle este inimitable manicomio de la cordura. Todo vuelve, otra vez, poco a poco a su ser. La Virgen de los Reyes es la sirena de este recreo.

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