DE RABIA Y MIEL
Marí
Comienza una nueva rutina, porque hasta al placer y al disfrute les gusta organizarse, crear un orden y unas costumbres, y ella es la guardiana de esa estructura del asueto
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Iniciar sesiónEl verano entra en ti cuando bajas la ventanilla del coche y se introduce esa brisa con aroma a sal, a libertad por la nariz. Ella va en el asiento trasero, y observa sonriente la urbanización. Sombreros, pareos, un desfile de bicis por las aceras ... acariciando la mañana, circulando descontroladas por el lienzo de julio. Al llegar, los niños corren por el césped del chalet. Juanito y Fer andan excitados, y se apresuran a darle un beso a la abuela, que está sentada en el porche con una novela de Agatha Christie doblada por la mitad. Otra casa a la que hacerse por una temporada, las vacaciones muchas veces no son más que cambiar de escenario. Le gusta este sitio, le apasionan estos hábitos nuevos, conocidos. Vacían el maletero y se instalan. Equipaje, tablas de surf, la Thermomix.
Comienza una nueva rutina, porque hasta al placer y al disfrute les gusta organizarse, crear un orden y unas costumbres, y ella es la guardiana de esa estructura del asueto. Por la mañana temprano, después de hacer su cama y lavarse la cara, prepara el café, las tazas y corta pan. Los niños se despiertan más tarde, justo a la hora en la que pasan en la tele los dibujitos de Bob Esponja y la yaya ya tiene el crucigrama casi finiquitado. Todavía no están apuntados a las clases de pádel, así que habrá que entretenerlos. Toman su cuenco de cereales con las legañas tatuadas en los ojos. Fer está muy gracioso, se le pone siempre al levantarse una especie de cresta en la nuca. Charla con ellos en la cocina antes de subir y prepararlos para que bajen a la playa. Les echa crema y le da a cada uno su toalla.
Mientras la familia está bajo la sombrilla, ella desentraña sus quehaceres escuchando música con un casco en el oído izquierdo. Primero hace las habitaciones, luego recoge las hojas del jardín y le da una vuelta a Doña Lourdes, que le encarga que cuando vaya al súper traiga picotas y melón para el postre. En la compra, se encuentra a amigas de otros años, con las que coincide en el parque por la tarde cuando van a llevar a sus niños. Coge para hacer un salmorejo, un picadillo y algo de pescado. Cocina mientras pone lavadoras. A eso de las 12 lleva al porche un botellín y un aperitivo a Doña Lourdes, con la que tiene una breve conversación en la que le hace una batería de preguntas: «Marí, ¿te han dicho algo mi nuera y mi hijo sobre qué plan llevan esta noche?», «Marí, ¿te has acordado de echarle el pan duro al salmorejo?», «Marí, ¿hace cuánto te fuiste de Filipinas?». Ella sonríe y piensa cómo con los años se ha acostumbrado a su nuevo nombre.
Cuando llegan de la playa, ya está la mesa puesta. Enjuaga con la manguera los pies llenos de arena de los niños, y comienza a servir. Les gusta comer con el telediario, ella va y viene de la cocina. En uno de esos viajes escucha a una política decir que quieren deportar a ocho millones de inmigrantes. Se le corta el cuerpo, pero se tranquiliza. La señora no le haría eso, no lo permitiría, siempre le dice que es como si fuera de la familia.
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