de rabia y miel
Laguito de los jipis
La tarde pasa entre confidencias y tonterías repetidas, se va como se va el sol convertido en una mancha de Betadine en el horizonte
ES lunes y en la Facultad no hay mucho que hacer aún. Los profesores se presentan, cuentan que han escrito libros que, casualmente, son imprescindibles para aprobar asignaturas. Están a 20 pavazos en la librería de abajo. Las niñas le dan vueltas al catálogo de ... Zara. Los chavales juegan de coscados al Clash Royale o se ponen los resúmenes de La Liga muteados. El primer año de uni es un simulacro de anarquía donde te das cuenta de que los días tienen más horas de las que creías, donde te enteras de que las obligaciones no son una celda, sino un compartimento con las puertas abiertas por el que entra y sale la libertad. Una libertad que se planta frente a ti y te pregunta qué le propones. Entonces la vida es un tipo test con varias respuestas correctas e incorrectas que nadie se va a molestar en corregir. Solo el tiempo, que también se presenta despeinado y te ofrece el puño para que se lo choques.
Da el solito en la terraza del Coffee Corner. Hace buen día, se pelean a picotazos dos palomas por los restos de una tostada blandurria. Ya no da más de sí la rememoración del finde. Languidecen las anécdotas y los cotilleos como las colillas de Manitou en los ceniceros. Migue y Manu se sumen en el confortable pero indeciso pantano de los silencios ociosos. Refrescan Instagram, se pierden un rato en el apartado de la lupita y se quedan embobados en un bucle de vídeos chorras. Los dos tienen clases también por la tarde, es lo que tiene hacer la matrícula al tuntún una mañana de agosto con más resaca que un primo de Lamine Yamal.
Ambos saben que se la van a fumar, pero están midiéndose, en una especie de partida de póker de la holgazanería, viendo a ver quién es el primero que lo propone. Ese convencionalismo es parte del juego, uno se tiene que tentar, el otro se tiene que oponer sin mucha fe para a los pocos minutos preguntar cuál es el plan. Finalmente es Manu el que salta y Miguel el que hace de angelito. Con la excusa de que se les ha hecho tarde para ir a comer a casa, diseñan la ruta y se montan en el Clio blanco de la madre de Miguel. Primero paran en el Manolo y compran dos Titanic con gaucha. Después pasan por el Nuovo Gino y trincan dos litronas del fondo del congelador y un paquete de pipas Reyes. Pagas tú, eh, le advierte Manuel a su colega. Que no de qué, que vas en negativo en el Tricount. ¿La gasolina? Anda que no he puesto yo veces la moto, perro. No seas tieso.
Con el banquete comprado cruzan La Raza, avanzan por la Carretera del Copero y dan tres o cuatro vueltas para llegar al sitio perfecto. Ahí, ahí. Nos ponemos debajo del arbolito, que da un poquito de sombra. Del maletero sacan las sillas de montaña del Decathlon que pillaron el año pasado y se apostan con las piernas estiradas y los pies cruzados, como dos reyes sin más reino que ese río sucio que les contemplo masticar con la boca abierta. La tarde pasa entre confidencias y tonterías repetidas, se va como se va el sol convertido en una mancha de Betadine en el horizonte. Otro día que no compran el libro del profesor pelmazo.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras