DE RABIA Y MIEL
Botiquín
La música, las canciones, son extractos de belleza que no caducan, botellas con mensajes dentro que vagan por los océanos de nuestras circunstancias
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Iniciar sesiónHay mañanas que me levanto sin ganas de nada. Malaje, gruñón, gris. El café me despierta, la ducha me espabila, pero siguen ahí esos nubarrones pesados, como si durante las horas de sueño me hubiese empapado de ácido, como si Morfeo me hubiera estado administrando ... veneno. Todos sabemos cuál es esa sensación de pensar que nuestro pie izquierdo es la espada del Rey Arturo, que está encallada en la piedra del pesimismo. La cucharilla del café es una tortura, las voces de la radio son de repente desagradables. Todos los tertulianos parecen tener un gargajo incrustado en la garganta. No sé por qué, pero se me antoja que todos tienen halitosis y me están echando su aliento pestoso en la cara. Los anuncios son una cantinela asquerosa que pesa más de la cuenta.
Existen mañanas así, en las que no me aguanto ni yo, en las que se me cierra el estómago y maldigo a la existencia, en las que todo se hace demasiado cuesta arriba. Y el espejo me devuelve una caricatura deslavazada, y la colonia me marea y me cansa, y la pasta de dientes se me queda en la comisura de los labios, y ladro en mis adentros. Sí, hay mañanas en las que toca nadar a contracorriente, pelearte con esa sombra negra y pegajosa que no sabes muy bien por qué se ha ceñido a tu espíritu, luchar por desprenderte de ella.
En ocasiones, las más, la desidia ataca por la espalda, pasa sin llamar y se pone a desordenarlo todo. Lo peor de la muy miserable es que esconde el motivo. No deja que identifiques cuál es el desbarajuste y te enreda en una yincana absurda en la que acabas dejando todo manga por hombro, clavándote repetidamente en el alma la aguja del pajar de la melancolía. Y no sangras, y no lloras, solo resoplas, bramas, creando un atasco de angustia en el pecho. Y en la radio llega el momento de la información del tráfico. Y la apagas de mala manera, con un ademán ridículo que te lleva a pensar que el cacharro no tiene ninguna culpa.
Cuando esto pasa, siempre acudo al mismo remedio. A ese antídoto infalible que arranca de cuajo las malas hierbas, a ese conjuro auditivo que pone a correr al malfario y tiñe el mundo de otro color a golpe de acorde, de voz, de letra. La música voltea los días, cambia los ánimos, espanta a los monstruos. Entonces todo vuelve a ser posible, y la negrura no es pena sino misterio, y el café vuelve a ser ese caldo bohemio que me da alas, y los Hernández vuelven a ser muy amables, y la tarde tiene algún capricho escondido bajo su manga. Queridos artistas, a veces pendemos de las cuerdas de vuestras guitarras. Yo no tengo una playlist, tengo un botiquín, una tabla de salvación para mantenerme a flote en los amaneceres que naufrago. Hay lunes tan lunes que necesito tararear algo. La música, las canciones, son extractos de belleza que no caducan, botellas con mensajes dentro que vagan por los océanos de nuestras circunstancias. Medicinas sin receta.
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