TRIBUNA ABIERTA
Lo quiero todo
Quizás lo más prudente sea desistir del 'todo', es decir, de la utopía insensata de querer una vida sin renuncias, una vida de estremecimientos continuos
Miguel Ángel Robles
Mucho antes de que los matrimonios abiertos estuvieran de moda, los filósofos Sartre y Simone de Beauvoir pusieron en práctica una relación así: ambos no solo estuvieron de acuerdo en mantener otros romances, sino que incluso a menudo intercambiaron amantes. Sus biógrafos coinciden, sin embargo, ... en que no fue una relación precisamente simétrica. Digamos que él la propuso y quiso así y ella lo aceptó. Pero no sin que se la llevaran los demonios cuando alguna aventura de Sartre amenazó con convertirse en algo más serio.
Como tengo pendiente de lectura 'El segundo sexo', no puedo opinar sobre las razones que han erigido a Simone de Beauvoir en un icono del feminismo actual. Se me hacen muy difíciles de encontrar, sin embargo, esos motivos en su biografía. Pese a la apariencia de modernidad que le proporcionan las relaciones que mantuvo con otros hombres y mujeres diferentes a Sartre, más que la historia de una liberación, parece la de una resignación y una subordinación (¿un punto humillante?) a los deseos de su pareja.
Todo eso, sí, blanqueado por una promesa de sinceridad, convertida en eficaz (o por lo menos efectista) sustitutivo de la fidelidad. Una suplantación en la que los dos pensadores sí que fueron ciertamente precursores de la mentalidad contemporánea que se abre paso bajo la retórica de las relaciones abiertas. Si bien ambos solo la aplicaron para su vinculación mutua, dejando fuera de ella a los terceros con los que mantuvieron relaciones sexo-afectivas (como se las llama ahora). Especialmente Sartre, quien, con no poco cinismo, aseguraba recurrir a un código moral transitorio en sus romances: «Les miento mientras estoy con ellas, es más fácil y más decente», confesó una vez.
Y quizás llevara en eso razón. En lo de la mentira decente, me refiero. Pascal Bruckner ha escrito que la sinceridad en los cuernos es siempre una falta de delicadeza. «Contra la atroz franqueza, hay que defender el principio de deferencia y discreción», escribe el intelectual francés, para quien «decirlo todo» es «calumniar» y puede ser además someter a la pareja a «un chantaje insoportable». Asumiendo esa lógica, Sartre fue sincero con Beauvoir pero, sobre todo, fue muy grosero. Aunque, más que nada, yo diría que fue ventajista. Dado que no estaba dispuesto a guardar fidelidad, gracias a la apertura de la relación, pudo hacerlo con carta libre y sin remordimientos. Con su «sinceridad eterna» a Simone, no perdió nada y obtuvo una ganancia doble.
La pregunta, en cualquier caso, que me hago es si detrás de la reivindicación de «lo quiero todo» que cierto modelo de feminismo viene agitando en defensa de las relaciones abiertas, hay una verdadera aspiración de igualdad o, más bien, una suerte de 'vendetta' histórica, que se propone reproducir la clásica desigualdad transmutando los roles tradicionales. Y principalmente lo que me cuestiono es si en la ambición de ese 'todo' en el que entran la estabilidad, el deseo, la familia, el sexo con terceras personas, la protección, la experimentación, la salud, la ternura y la pasión, hay una esperanza prometedora de felicidad o más bien una aspiración imposible que solo puede desembocar en frustración y naufragio.
Afirma también Pascal Bruckner que el gran drama de las relaciones de pareja actuales es la búsqueda de una pasión permanente como cimiento de la unión, la autoexigencia de una sexualidad frenética y al mismo tiempo dilatada como termómetro para medir felicidad de los cónyuges. Quererlo todo dentro de la pareja es querer «el agua y el fuego, con el riesgo de perder lo uno y lo otro», sostiene el filósofo francés. Es posible. Pero quererlo todo fuera de ella no me parece una pretensión menos extravagante. De modo que quizás lo más prudente sea desistir del 'todo', es decir, de la utopía insensata de querer una vida sin renuncias, una vida de estremecimientos continuos, «coleccionista de comienzos» –dice Bruckner–, pero sin finales ni rupturas. Tal vez la cuadratura del círculo no sea posible, y la única solución sea la pausa, la espera y la paciencia. Una vida con altibajos en la que decimos 'no' a algunas gratificaciones inmediatas por un bien futuro. No es una retórica seductora pero es más realista. Quererlo todo puede llevarnos a quedarnos sin nada. Y la sinceridad no es ninguna panacea.
Madurar es aceptar que tu mujer se pueda acostar con otros hombres y te lo pueda contar, aprecié que argumentaban los guionistas de una de las series más vistas en Netflix. Yo creo que no. Que madurar es desistir de ciertas emociones para conservar las que más te importan. Francamente, me cuesta imaginar a un hombre o una mujer, delante de un alcalde o notario (imagino que delante de un cura no será posible, por mucho que cambien los tiempos), prometiendo a su pareja sinceridad eterna en las relaciones sexuales con terceras personas, y a la pareja recibiendo ese compromiso agradecido. Mil veces preferible y más humana me parece la muy frágil, amenazada, precaria y previsiblemente traicionada fidelidad eterna, a la franqueza fría, cruel y hostil de «te querré hasta la muerte, cariño, pero esta noche me voy a la cama con otro».
Consultor y periodista
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