SOL Y SOMBRA

¿Qué pueblo es ése?

Gracias a los micrófonos carroñeros de medios hostiles a Sevilla y a la Iglesia, lo peor del paisanaje vive su minuto de gloria

En 2010, camino de los 40 añazos, vi por primera vez la procesión del Corpus Christi. No por iluminación divina ni por devoción eucarística, sino por la prosaica razón de que me mudé a la calle Francos y se hacía imposible seguir durmiendo cuando, a ... las claritas del día, pasaba una escolanía profiriendo gorigoris en apertura de la procesión: de cuatro horas de cortejo, para ser precisos. Uno de los primeros años, cometí la imprudencia de asomarme en gayumbos y un fotógrafo cabroncete, compañero en mil guardias, captó la imagen grotesca con cuya difusión todavía me chantajea. ¡Y se dice mi amigo! Quizá porque la calor de junio trae aromas de la rebelión del Stonewall Inn, la celebración del tercero de los jueves «que brilla más que el sol» anticipa en mi imaginario el colorista desfile de las carrozas del Gay Pride. Los tres quintales de plata de la Custodia de Arfe, eso sí, refulgen con más potencia que el brilli-brilli de las lentejuelas.

Valga el párrafo anterior para preguntarnos juntos que cómo demonios, con semejante (nulo) pedigrí de sevillanía, podría terciar este humilde opinante en la controversia suscitada estos días en la hermandad de la Macarena, que también transita cada Viernes Santo por debajo del balcón de casa, si las inclemencias meteorológicas o sanitarias no lo impiden, aunque aún no he tenido la fortuna de contemplarla en estos tres lustros: la afición a viajar en Semana Santa o, cuando me he quedado, el sueño invencible de la madrugada profunda lo han impedido. «Le jour du 14 juillet, / je reste dans mon lit douillet». Ni siquiera con las tres bandas que lleva, fijarzebién, porque «la musique qui marche au pas / cela ne me regarde pas», como cantó George Brassens. «Je ne fais pourtant de tort à personne / en suivant les chemins qui ne mènent pas à Rome». La versión traducida por Paco Ibáñez para su concierto en el Olympia (1969) es una joya.

Sin embargo, y aunque este conflicto macareno pueda banalizarse hasta la caricatura, es un asunto grave desde la perspectiva del católico sevillano por el daño reputacional que puede causar, que sin duda causa, a la Iglesia y a la ciudad. Porque el (evitable) circo montado alrededor de la desafortunada intervención de la imagen ha hecho emerger a lo peor del paisanaje. Los medios que no suelen acercarse a la Semana Santa buscan el enfoque más estridente, denigratorio o risible y hallan su minuto de gloria, empoderados ante el micrófono carroñero, todo tipo de inadaptados: desecho de tienta social sin más hábitat que el chiquero de las redes sociales. «El pueblo habla», cacarean los demagogos tomando a la chusma por el todo en malévola sinécdoque. La misma parte del pueblo que abuchea al Pilatos cuando transita por Águilas a paso de tambor para huir de la lluvia, que hace llover pétalos sobre un vigilante de Prosegur, que monta una bronca en la puerta de San Esteban porque la cofradía no sale o que sube a tik tok el vídeo bailongo de la puesta de una túnica de ruan negro. Una parte del pueblo, o sea, sobre la que ciscarse con toda la potencia intestinal de la que uno sea capaz.

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