No nI ná

Sevilla vera

En primavera, la ciudad juega con ventaja y corremos el riesgo de abandonarnos y, con ello, abandonarla

Este año el azahar despide un olor más profundo. Tiene ganas de agradar y evadirnos de los olores de la piedra sin baldear de las calles que pisamos. Este directo a la nariz noquea y, alergias aparte, nos advierte a los sevillanos de que debemos ... estar prevenidos ante la sucesión de golpes al espíritu que la ciudad nos tiene preparada. En primavera, Sevilla juega con ventaja y corremos el riesgo de abandonarnos y, con ello, abandonarla.

Hablaba días atrás con un empresario del déficit de infraestructura que arrastra Sevilla, una deuda histórica, lamentaba, que nos condena a una ralentización económica y a una fractura social que nos aleja de la convergencia con el norte, usted ya me entiende. No salimos de ese bucle melancólico. Coyunturas políticas aparte, apuntábamos a la indolencia ciudadana como uno de los motivos de nuestro destino. Pero no una indolencia holgazana sin causa. No. La nuestra sería una indolencia supremacista basada en la conciencia de vivir en el mejor lugar del mundo y saber disfrutarlo. Es una indolencia basada en un privilegio. La riqueza patrimonial que gozamos, desde la piedra al clima, desde la luz al optimismo, nos hace tan ricos que protestar sería insolidario a la vista de lo difícil que se nos hace pensar siquiera en la pena de vivir fuera de Sevilla, más allá de Andalucía. Vivir en ese norte de la gris insatisfacción permanente de sus 'conflictos', de sus prejuicios. Qué horror.

Es evidente que todo esto lo sabe el ministro Puente, cuya agenda debería estar llena de incumplimientos con Sevilla. Prometió venir a recordarlas, pero lo está demorando. Seguro que vendrá cuando la ciudad esté desprevenida, porque, llegada esta fecha, Sevilla estará en lo que tiene que estar. El ministro llegará, como todos, a disfrutarla. Cómo padecer en Sevilla… sobre todo si tienes coche oficial y te puedes despreocupar de cómo llegar, del atasco rutinario o de buscar aparcamiento. Puente vendrá y nos pillará en otro besamanos que no es el suyo. Puente vendrá y no nos va a encontrar en la caseta porque estaremos pendiente de la media verónica con la que Sevilla desplanta cada día a lo más afilado de su destino, con la pinturería de un torero traumatizado por no saber qué hay después de vivir y tocar la gloria. Puente tomará algo y se irá. Y en ello lleva su penitencia.

La nuestra alumbra objetivos más elevados. Porque en Sevilla no firmamos manifiestos ciudadanos para que nos construyan túneles o puentes pero sí somos capaces de movilizarnos, como los vecinos de la calle Correduría, para pedir encarecidamente que la Macarena no vuelva a dejar de pasar por esa calle ni un año más. Porque podemos vivir sin metro pero nunca sin esperanza. Esa es la clave: la esperanza es la verdadera forma de vida de Sevilla,

Y no sé si escribo en ironía, desde el fatalismo, el realismo mágico, la lírica enajenada o la utopía letraherida... Lo dejo a su criterio.

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