cardo máximo
Los más felices
El sábado a las 18.17 no cabían de gozo, cada uno por un motivo diferente, las tres personas que ocupaban el palquillo de la Campana
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónSi se hiciera una encuesta de urgencia a los sevillanos sobre su percepción de la Semana Santa recién terminada, me imagino que ganaría por goleada la respuesta «exhausto, pero feliz». Sin ser experto en demoscopia, imagino que así se levantó ayer la ciudad: con la ... sensación de agotamiento atravesada por la de satisfacción. No sé en cuántos años no se veía una Semana Santa tan rotunda, con todos los pasos en la calle sin ni siquiera amago de lluvia (con la que la necesitamos, por Dios), cumpliendo escrupulosamente horarios y sin más incidentes que algún pique en las redes sociales entre los que se dicen hermanos de fe, rematado con un lujazo como el del Santo Entierro magno, ¡qué barbaridad!. Bueno, quizá nuestra percepción inmediata nos engañe y nada de eso sea del todo nuevo. Tampoco en el lado negativo podemos llamarnos a andana: veo menos basura tirada por las calles que hace quince o veinte años cuando éramos cuatro gatos los que clamábamos contra la pocilga en que quedaban convertidas nuestras plazas después del uso intensivo de la vía pública por parte de la muchedumbre. Punto y aparte lo de las sillitas, que ahí sí que vamos dando pasos atrás cada año que pasa.
Pero si se trata de personalizar, me parece que el sábado a las 18.17, cuando el Santo Entierro pidió la venia, no cabían de gozo, cada uno por un motivo diferente, las tres personas que ocupaban en ese momento el palquillo de la Campana. El alcalde, el arzobispo y el presidente del Consejo de Cofradías bien podrían ser a esa hora exacta los más satisfechos de Sevilla y parte del extranjero. Todo iba a pedir de boca. Antonio Muñoz había evitado cualquier conflicto que le afeara la gestión a cincuenta días de las elecciones; monseñor Saiz Meneses había visto refrendada su apuesta por el Santo Entierro Grande en el que muchos cofrades ni creían ni querían creer; y Paco Vélez se había salido con la suya en cuanto a la reordenación de los días de la Semana Santa y el cumplimiento de los horarios resolviendo nudos gordianos contra el que muchos, antes que él, habían fracasado.
Como impresión general, todo ha salido redondo por mucho que el candidato Sanz haga equilibrios para no culpar ni a Lipasam ni a los sevillanos de la suciedad –¿quiénes han emporcado entonces la ciudad, las legiones celestiales?– y los hosteleros sostengan que no han superado la facturación –ojo, no la rentabilidad– de hace cuatro años con una inflación acumulada del 14,9% en este periodo. Pero descendiendo al detalle, hay mucha tela que cortar. La Semana Santa es un equilibrio siempre inestable entre lo popular y lo selecto, con el riesgo de caer o en la vulgaridad o en la sofisticación. A la zafiedad en las formas de quienes se sienten dueños de la calle porque plantaron la sillita para comer pipas antes que nadie, el Santo Entierro Grande opuso el lujazo exquisito de unos minicortejos manejables, asumibles y eso que ahora se usa tanto: sostenibles. ¡Y qué caramba, que nos quiten lo bailado y santa Pascua!
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete