TRAMPANTOJOS
Un hermoso cuento para incautos
Suenan ya los niños del Colegio de San Ildefonso, el colegio de doctrinos que traían secretas orfandades de novela picaresca o de cuentos de Dickens
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Iniciar sesiónEn medio de la competición de las ciudades babilónicas por las luces colosales, arranca el tiempo tierno de lo improbable. Este mismo viernes se pondrá en marcha el mecanismo de lo casi imposible, la metáfora de lo esquivo e inalcanzable y que, sin embargo, arrastra ... en un hermoso cuento para incautos.
Da igual, todos -o casi todos- caeremos en la trampa de las ficciones de la lotería. Hay que olvidar la certeza de las matemáticas, el relato de las combinaciones y probabilidades y dejarse llevar por el vals de las cifras y su cantinela que suena a música de época. A la banda sonora de toda la vida.
En los billetes de la lotería nacional aparece el popular cuadro «La Natividad» del misterioso Maestro de Sopetrán, ese anónimo pintor hispanoflamenco que estuvo al servicio de los Mendoza. Y este detalle iconográfico nos sumerge en la Castilla del siglo XV. Suenan las serranillas y decires líricos o los refranes que decían las viejas tras el fuego que recopilaba Íñigo de Mendoza, el marqués de Santillana.
Es como si en los décimos de la lotería pudiéramos asomarnos al pasado de un país que fue grande, pero que en un día suspende los argumentos de la razón para quedar encandilado con un relato de lo real maravilloso. Un viejo cuento para niños que devoran perdices o que terminan devorados por los lobos.
La lotería la trajo Carlos III de Italia, como la tradición de los belenes, permitiendo este juego de azares y fabulaciones para conseguir caudales reales. Eso sí, los otros juegos los prohibió con una pragmática que impedía en estos reinos los juegos de banca o faraón, la baceta, la carteta o el sacanete. Muerte a los naipes de la suerte y larga vida a la lotería nacional bendecida desde el trono.
También la lotería nos cuenta otras curiosas crónicas de España como la primera celebración oficial de la llamada lotería moderna el 18 de diciembre de 1812 en Cádiz. La ciudad donde se había gestado la primera Constitución y que había sido el refugio de la libertad se convertía en escenario del gran teatro de costumbres con un sainete de azares felices. El primer premio gordo fue para un número de extraños destinos, un acertijo para las cábalas: el 03604.
Y aquí estamos, después de alzamientos, guerras, revoluciones, dictaduras y noches oscuras. Suenan ya los niños del Colegio de San Ildefonso, el colegio de doctrinos que traían, además de las bolas de la fortuna, secretas orfandades de novela picaresca o de cuentos de Dickens.
Así que dejémonos llevar por el gran cuento de la Navidad y sus ficciones, por las letras de los villancicos felices, aunque en realidad estén anunciando el final de todas las cosas. Porque la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más… Como en el final agridulce de todos los cuentos de Navidad.
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