trampantojos
Guerra de luces
Amenaza ya un conflicto entre ciudades por el colosalismo decorativo de la Navidad
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Iniciar sesiónES noticia estos días la guerra desatada en España. Una guerra despiadada aunque incruenta (parece que algo vamos avanzando, menos mal), por un quítame allá unos metros de árbol navideño y unos cientos de bombillas de colores. Resulta que este colosalismo decorativo al que se ... están apuntando cada vez más ciudades atrae al turismo y proporciona grandes beneficios económicos a los ayuntamientos audaces.
Así al menos lo asegura el gran paladín de esta doctrina, Abel Caballero, alcalde de Vigo, político de espumillón, quien a buen seguro debe de soñarse como una suerte de barón Münchhausen repartiendo por los cielos su alegría a lomos de una gigantesca bola de Navidad. Quizás un día decida no quitar nunca más el árbol y hasta se suba a él emulando a otro barón literario, Cósimo Piovasco, el barón rampante, para gobernar desde las centelleantes alturas con decretos de mazapán y fruta escarchada. Sus concejales habrán de ser elfos, naturalmente.
Esta loca carrera por ver quién pone el árbol de Navidad más grande nos confirma algo que ya sospechábamos. Si Flaubert decía que el pecho de cada notario alberga un poeta, en el de cada alcalde late un decorador primoroso. No sabemos de momento cuál de ellos saldrá ganador en esta pugna arborescente, pero los beneficios generales son incuestionables. La reforestación pendiente de España, por ejemplo. Gracias a esta fiebre todo el país se llenará de abetos descomunales y luminosos. Y ya me imagino a las ardillas patrias de hoy cruzando la península de norte a sur sin tocar el suelo, como hacían sus trasabuelas, moviendo graciosamente las colas para agradecer a estas luminarias municipales, cráneos privilegiados con gorritos de Papá Noel, sus megalomanías verbeneras.
Si Cervantes levantara la cabeza, a la vista de tanta magnificencia ornamental, a buen seguro que volvería a recitar admirado aquel soneto con estrambote que ya dedicó en vida al suntuoso túmulo del rey Felipe II en Sevilla: ¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza…!
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