Trampantojos
La ciudad luminosa y la ciudad en penumbra
En el Centro se cuida el aire artístico de las farolas mientras que algunos barrios olvidados sufren apagones de luz
¿Tiene Sevilla una nueva luz? ¿Existe un matiz diferente en las luces artificiales de sus noches? La iniciativa de rescatar las llamadas farolas fernandinas quizás podría crear claridades insólitas en la paleta de color de la ciudad. De momento, la iluminación parece seguir siendo ... la misma, aunque es cierto que esta recuperación historicista aporta un tono de nostalgia y melancolía a las escenas nocturnas.
Es curioso que esta propuesta por recuperar identidades perdidas coincida con el actual desdibujamiento de Sevilla. Por un lado, se restablecen estilos del pasado y por otro la ciudad resulta invadida por franquicias que nos igualan con otros lugares del mundo. Sin olvidar que el programa de las farolas fernandinas —loable y muy bien intencionado— nos hace recordar cierta contradicción. En el caserío histórico se cuida el aire artístico de las farolas mientras que algunos barrios olvidados sufren apagones de luz que los condenan a la oscuridad. Un contraste demasiado doloroso.
Debe de ser que Sevilla es inevitablemente una ciudad de dualidades, una ciudad de naturaleza 'jánica', en recuerdo del dios romano Jano, que mostraba sus dos caras. Está la ciudad de la luz y la de la sombra. La ciudad luminosa y la que permanece en penumbra.
No muy lejos del iluminado centro histórico se nos aparece también esa ciudad contradictoria y confusa. Cuando llega la noche, la isla de la Cartuja apaga el interruptor de sus luces de última generación. El trasiego diario de oficinas, centros educativos y empresas entra en el letargo del sueño y quedan dormidos los kilómetros de fibra óptica. Allí se produce entonces una variante de los círculos del infierno dantesco. Con la oscuridad de la noche, la Cartuja se convierte en territorio comanche donde amenazan las sombras del delito y del miedo, como demuestran las últimas crónicas de sucesos.
Cernuda dijo de Sevilla que era un lugar manejado por la fantasmagoría de la luz, aunque también cuenta con un memorial de tinieblas. Pasó de puntillas por el Siglo de las Luces porque al mismo tiempo que se alumbran las calles con el plano razonado de Olavide, la ciudad seguía apenas iluminada por las débiles luces de los retablos de ánimas.
Quizás las nuevas-viejas farolas fernandinas nos devuelvan las luces ambarinas de libro de Rafael Laffón. O quizás recuperemos el bohemio «tinte de ciudad tuberculosa» que Romero Murube en su 'Discurso de la mentira' decía que daban las luces de gas con farolas que tenían «una pomposidad italianesca». En aquella perdida ciudad 'fin de siècle' las primeras zonas que se alumbraron con luz eléctrica fueron las que acogían los lugares de ocio y entretenimiento: la Sevilla de los cafés, teatros y revistas. Y en penumbra seguía la de los corralones y la miseria. Así que está claro que la ciudad está condenada a seguir vagando en la contradicción. Tal vez porque no puede evitar ser tan luminosa como oscura.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras