quemar los días
Menudo churro
Lapídenme: no encuentro ninguna belleza en el cartel de la Semana Santa de Sevilla
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Iniciar sesiónEN 1986, el artista Joseph Beuys presentó en un museo de Düsseldorf una obra consistente en una bañera sucia con una capa de mugre en los bordes. La limpiadora del museo debió pensar que una cosa así resultaba repugnante, así que se afanó en su ... limpieza. Con su trapo y su tesón, destrozó una obra asegurada por cerca de un millón de euros.
Desde el urinario de Duchamp, sabemos que una obra de arte puede ser cualquier cosa. Y la noción de belleza es tan relativa como trasnochada está su discusión. Yo, por ejemplo, no encuentro ninguna belleza en el retrato que Salustiano ha presentado como cartel de la Semana Santa de Sevilla. Me parece una imagen pobre, de escasa altura estética; cuando la recibí por whatsapp, de hecho, creí que era una broma. Una sensación idéntica a la de muchas otras personas a las que he consultado. También consulté, claro, a amigos duchos en arte. Casi todos alababan la obra. Pero para hacerlo, daban muchas explicaciones.
Pero un cartel no debería explicarse. Un cartel debería entrar por los ojos. Y en el caso de la Semana Santa de Sevilla, debería representar aquello sobre lo que versa. El cartel tiene una vocación popular, ha de gustar a la gente. Y en la gente, por más que los expertos se devanen los sesos intentando justificarlo, solo ha encontrado extrañeza, rechazo y, sobre todo, chanza. Porque creo que al final es la principal cualidad de este retrato: su simpleza y su aire choni lo hacen singularmente propicio a la memetización. Así, los sevillanos se han apropiado de él transformándolo en un chiste: Jesucristo convertido en Paquirrín, Jesucristo con una camiseta del Betis en la puerta de la Antique, Jesucristo vestido de flamenca… Una vez limpiada, la bañera se resignifica.
No me interesa si el retrato sacraliza o desacraliza. Si es respetuoso u obsceno. Si es homoerótico o no. No son mis debates. Mi debate está en la calle, en lo que piensan las personas de a pie. Sean de derecha o de izquierda. Y ahí, lo siento, no existe debate, porque la valoración es unánime: la pintura resulta ridícula. Lo lamento por Salustiano, cuya obra, al parecer, alaba hasta el Dalai Lama. Pero aquí, la jugada ha sido como la del cuento del traje nuevo: todos hemos visto al emperador desnudo, pero desde los poderes públicos, empezando por el propio Consejo de Hermandades y Cofradías, lo ven vestido con majestuosas telas.
Un incontestable síntoma de catetez es guardar silencio cuando la opinión favorable viene de fuera. El currículum de Salustiano parece motivo suficiente para callar bocas. Pero ni así: recientemente, compartí un buen rato con un veteranísimo y laureado escritor, viajado y cosmopolita, a quien le había llegado la polémica desde la distancia. ¿Qué te parece el cartel?, le pregunté. No dudó un segundo: «Menudo churro».
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