QUEMAR LOS DÍAS
Maltrato administrativo
Trabajar para la Administración es un acto de tortura burocrática. Facturar es una yincana, y cobrar, una pesadilla
AGENTE digitalizador, en principio sonaba fantástico. Ser agente digitalizador te convierte en una especie de médico de Internet. Un fontanero fino, capaz no solo de arreglarte las tuberías sino de ponerte un cuarto de baño de anuncio. Para ser agente digitalizador solo debes demostrar tu ... competencia y experiencia en el desarrollo de soluciones digitales. A través de un kit digital -qué bien suena también esto-, puedes propiciar el despegue digital de las empresas a las que prestas servicios, que además se benefician de bonos digitales, con importantes descuentos. A los agentes digitales les toca gestionar el cobro de esos bonos con la Administración. Una minucia, cabría pensar; un mero trámite, peccata minuta.
Según la web de la cosa, el kit digital es un «programa público de ayudas económicas financiado por los fondos Next Generation EU dirigido a Pymes de España para potenciar la adopción de soluciones tecnológicas para su digitalización». Promovido por el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital, está dotado con un presupuesto de más de 3.000 millones de euros. Y nos va a conducir, olé tú, a la digitalización plena del tejido empresarial español.
Lo que en la web no cuentan es que la tramitación de las ayudas requiere un nivel de esfuerzo y dedicación por parte de los agentes digitalizadores, en su mayor parte pymes y autónomos, equiparables a digitalizar a las propias empresas. A través de una leonina plataforma que parece ideada por un sobrino de Josef Mengele, y cuya configuración da la impresión de que el único objetivo es evitar a todo trance el abono de las ayudas.
Si son autónomos y han tenido que facturar alguna vez a la Administración, les sonará el programa FACE. De haber sido escrita hoy La Divina Comedia, Dante hubiera situado esta herramienta en un lugar privilegiado de su relación de infiernos. Cuando concluyes la yincana de facturar algún trabajito —eso si lo logras—, de lo único que te quedan ganas es de no trabajar nunca más con una Administración. Todo son trabas, objeciones e impedimentos. Es inevitable llegar a la conclusión de que, en realidad, no quieren pagarte.
Porque esa es la sensación: que, más allá de las cifras mareantes de inversión y de los bonitos eslóganes y proclamas que intentan sacar pecho de los esfuerzos de las administraciones para ayudar a los autónomos y las pequeñas empresas, en realidad no hay un verdadero interés en favorecerlas, sino más bien en ponerles palos en las ruedas, bajo una red asfixiante de burocracia y gestiones estúpidas y realmente innecesarias. De los plazos de cobro, mejor no hablamos. Después todavía queda quien se extraña de que los jóvenes solo quieran ser funcionarios.
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