QUEMAR LOS DÍAS
El entusiasmo
La falta de alegría acorta la vida: se vive lo mismo, pero mucho peor, lo que significa vivir menos
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Iniciar sesiónTodos los días, de camino al trabajo, atravieso la calle Palos de la Frontera, por donde los funcionarios entran al Palacio de San Telmo. Suelo verlos caminando en grupo, algunos van solos o en pareja. En su mayor parte, acceden a las oficinas con paso ... lento, apesadumbrado, como reses de camino al matadero. Hace poco, una célebre serie de zombis eligió el cercano Parque de María Luisa como lugar de rodaje. Pero viendo a los funcionarios entrar por la mañana a su puesto de trabajo en San Telmo, podrían perfectamente haberse ahorrado el dinero; no habrían tenido más que desplazarse algunos metros para rodar esa escena.
En el brillante ensayo El entusiasmo, Remedios Zafra reflexionaba sobre las trampas de la efusividad y la ilusión ante el trabajo creativo y mal remunerado. El trabajo estable encuentra en el entusiasmo otra trampa: concretamente, la trampa de la falta absoluta de entusiasmo. Es inevitable que, después de años de dedicación a un trabajo, y con el paso de los años, el ánimo acabe decayendo. Pero la falta de alegría rompe matrimonios, familias y relaciones, y, sobre todo, acorta la vida; se vive lo mismo, pero mucho peor, lo que a la postre significa vivir menos.
La rehabilitación de la casa familiar, en la que he acabado viviendo, me ha traído en estos dos últimos años muchas enseñanzas. He constatado que el tópico es cierto: los albañiles nunca cumplen con el plazo dado. Pero también he tenido la inmensa suerte de conocer a excelentes profesionales. A Jesús, el carpintero de Puebla, mi mujer y yo lo conocemos como el Gamba blanca: él se refiere así a la calidad que busca ofrecer a sus clientes. De sus geniales manos salió la formidable librería de madera que hoy ocupa nuestro salón. Es, lo creo firmemente, un artista, un poeta en lo suyo. Antonio, el del aluminio, nos ha hecho una puerta de la casa preciosa, firme, segura. De categoría, como él dice. Tanto a uno como a otro, y también como al herrero o a los pintores, los une algo indispensable: el entusiasmo por el trabajo que realizan. El amor por el trabajo bien hecho. El día que Antonio instaló la puerta, pareció que hablaba de su propia hija, al advertirnos que en veinticuatro horas nadie podía tocar «su» puerta. Hace poco, llamamos a Jesús para un nuevo encargo. Vino con una aprendiz, y aunque es hombre de pocas palabras, sus ojos no podían ocultar el orgullo que sentía por su, nuestra librería.
A eso aspiro cada día: a asumir mi trabajo con el entusiasmo de un buen artesano que ama lo que hace y pone en él todo su esmero. Intentando, ante todo, mantener la alegría. Trabajar es cansado, pero trabajar con el ánimo mohíno, es insoportable. Me temo, además, que ya soy demasiado mayor para dedicarme a la interpretación, y más todavía como extra en una película de zombis.
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