QUEMAR LOS DÍAS
Bienquedismo woke
La muerte de Arévalo ha servido para constatar la peligrosa crisis que atraviesa la incorrección política
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Iniciar sesiónQuizá porque ha muerto con la misma edad que mi padre, y justo un mes después que él, lo cierto es que el fallecimiento del humorista Francisco Arévalo me ha sobrecogido más de lo que imaginaba. Jamás me hizo gracia; sus chistes de gangosos siempre ... me resultaron bastante cargantes. Pero no dejo de reconocer que su figura forma parte del friso de una memoria sentimental de España muy reconocible entre los que crecimos en los ochenta.
Basta que alguien muera para que las alimañas acudan a despedazar su cuerpo. Aún no había sido enterrado y afloraron comentarios sobre el finado en redes de una vileza extrema. La mayor parte de obituarios sobre Arévalo que he leído en estos días estaban impregnados de una pegajosa condescendencia. Su humor de trazo grueso, sobre gangosos, mariquitas y pasotas, venían a decir de forma unánime, forma parte de otro tiempo, y es absolutamente despreciable desde los parámetros actuales.
No me parece nada baladí haber conocido, por alguno de estos obituarios, que Arévalo se inició en el mundo del espectáculo formando parte de El Bombero Torero, el hoy controvertido show de toreros enanos. Es decir, provenía de lo políticamente incorrecto. Porque hoy El Bombero Torero es un espectáculo censurado, y los enanos son ahora personas con acondroplasia.
A mí Arévalo jamás me hizo reír. Su humor siempre me pareció bastante casposo. Pero, desde la perspectiva del año 2024, lo que nadie puede discutirle es que su discurso estaba fuera de toda atadura. El gusto de los ochenta era poco refinado, pero el de los dos mil veinte resulta mojigato, antipático y ultraconservador. La cultura woke, esa apisonadora del pensamiento único bienquedista, y su propensión a la cancelación, tritura nuestra memoria sin ninguna consideración, censurando cualquier atisbo de disidencia. El resultado es la reescritura de nuestra propia historia, y la lapidación del pasado desde los miopes ojos del presente.
En El gran libro del humor español, el primer intento más o menos serio de compilación enciclopédica de esta realidad, Jaime Rubio Hancock llega a la conclusión de que no existe un verdadero humor patrio. Tengo muy serias dudas. El humor español que arranca en El libro del Buen Amor, prosigue con La Celestina y continúa con el Lazarillo, para desparramarse en El Quijote, es un humor cabrón, despiadado, sin medias tintas, muchas veces áspero, siempre autocrítico. Y, sobre todo, políticamente incorrecto. Con más o menos acierto, Arévalo pertenece a esta tradición, igual que Berlanga, Azcona, Chiquito o Paco Gandía. No reconocerlo es desconocer de dónde provenimos. Reconocerlo es saber cuánto hemos perdido, y cuánto podemos perder aún, por el peligroso camino del bienquedismo woke.
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