Taxidermia

Nada es lo mismo. Dan espárragos hasta las malvas. La yerba es una locura, una bendición, y en cuanto el sol sale, la vida que acarrea –la vida alada de los insectos– es una musical bendición. Asomado al perfil de la meseta donde la yerba cubre las piernas, la visión de la vega es una hermosura luminosa. No se veían estos verdes así, en los llanos y en los recuestos, desde hace mucho tiempo, y si vas por los caminos paralelos al río, sentirás cómo suena el agua con una alegría de patio de muchachas. La vida es esto, lluvia, sol, sembrados que se salen de su mata, semilla que está ahí, esperando a salir para no ahogarse con tanto aguacero. Todos los cultivos de primavera son un décimo premiado de la lotería del cielo. Los almendros son ya más fruto que flor, y el azahar aguarda una mano de sol de cuaresma para abrirse del todo. La alameda, única; el río, como un chaval; la vega, como en sus mejores años de temporal; los animales, celebrando la asegurada comida, el agricultor, sin saber dónde arrodillarse para dar gracias; y la vida toda, la vida cierta, paseándose por ti –calmos, arboledas, pinares, dehesas– como una novia feliz. Estás para lo que te decía, para dejarte en las manos de un taxidermista. Todo en ti es belleza, hermosura, salud, ganas de vida, vida misma. Si el tiempo te mantiene, la primavera será para detenerla. No vas a tener donde meterte los frutos, campo mío.